La euforia y los festejos multitudinarios fueron y son la reacción inevitable ante un logro que condensa muchas cosas más que una victoria deportiva que, más allá de las ilusiones, parecía impensada antes del inicio de Qatar 2022. La frase emblemática de un viejo tango sintetiza, sin habérselo propuesto, esperanzas, decepciones y el duro camino que desde hace más de tres décadas atraviesan no sólo al deporte más popular de estas tierras sino un pueblo entero sediento de alegrías.
"Primero hay que saber sufrir", escribió el poeta y escritor Homero Espósito en 1944. Un tango (Naranjo en flor) que habla de amores, pero que dejó para la eternidad esa frase que muchos de los que nacimos y vivimos en suelo argentino experimentamos en carne propia, en mayor o menor medida, sobre todo aquellos que más padecen las penurias a que nos somete una estructura económica y social sostenida por dirigencias políticas serviles o poco audaces a la hora de poner lo que hay que poner –como se pide desde la tribuna– para que la felicidad sea algo más que unas pocas y (muy) esporádicas estrellas fugaces.
Millones de argentinos pagaron con creces y acumulan maestrías en eso de "saber sufrir". Era hora de que llegara ese grito de desahogo, que no va a poner un bife en el plato de los que viven el día a día, pero que nos hizo (y nos hace) estallar de euforia y alegría por algunos días y dejar fluir sin pruritos esas emociones que nos hacen humanos. Y para las verdaderas eminencias en materia de sufrimiento no son poca cosa unos días de alegría en medio de la rutinaria preocupación por parar la olla.
En estos días (parece mentira pero pasaron sólo dos días) da la impresión, como nunca, de que los argentinos somos uno, de que eso que llaman grieta se hizo un poco más chiquita, aunque no cese totalmente el desprecio clasista por la alegría de los humildes, aunque no abdiquen de su idea los que señalan que la salida a los problemas está en un avión porque "este país es una mierda".
Pero un grupo de jugadores y su cuerpo técnico –con todo un pueblo detrás– demostraron como pocas veces se vio, en los 29 días que duró el mundial, una capacidad de recuperación y una entereza para volver a intentar y volver a creer que lo imposible es posible, aún cuando el abismo del fracaso parecía cerca. Todo un símbolo.
¿Hablaríamos de otra cosa si Emiliano Martínez no hubiera tapado ese mano a mano que paralizó los corazones a falta de segundos para terminar el segundo tiempo suplementario? Más allá de los análisis sobre las causas de la derrota que hubieran copado la prensa especializada, previo al partido se respiraba un clima de gratitud popular, independientemente del resultado.
Otras generaciones de futbolistas, otros equipos de otras disciplinas y un pueblo entero frente a sus adversidades, intentaron e intentan lo mismo que este grupo desde hace décadas, algunas veces con éxito y muchas más con derrotas que duelen. Que no es mucho más que lo que a su manera explicaron a la prensa, a su modo y con sus palabras el Dibu Martínez, el mismo Scaloni: poder llevar alegría a la gente en un momento de tanto sufrimiento. Pero si hay algo que generó identificación de millones de argentinos con este plantel fue esa tenacidad lo llevó a perseverar en la búsqueda de su objetivo, sin renunciar a sus valores, pese a que los agoreros de siempre, del deporte y de la vida, estuvieran al acecho ante cada dificultad, ante cada traspié. Más de cinco millones de argentinos en la calle, cantando, bailando y saltando juntos, llenando de alegría las plazas y las avenidas, señalan que es por ahí. Aunque "los eunucos bufen".
Publicado en Río Bravo el 20 de diciembre de 2022