Antes de Internet y del acceso masivo a la red de redes, había músicas que eran casi imposibles de conseguir, a menos que tuvieras parientes o amigos en el extranjero o que viajaras fuera de los límites de la Argentina, para el caso de bandas de tierras lejanas que no estaban dentro de la élite a nivel comercial. Algo parecido ocurría dentro del país. Por fuera de los grupos y solistas más conocidos a nivel nacional, el acceso popular a grabaciones "locales" –concepto que comenzó a quedar un tanto difuso con las plataformas digitales de distribución de contenidos sonoros y audiovisuales– el acceso que tenemos hoy en día por fuera de los artistas "de renombre" era impensado.
Pero en Paraná había una opción más al alcance de los hombres y las mujeres comunes y corrientes, como yo: ir a Sultanino. Muchos otros iban a hurgar entre las pilas de libros usados que colmaban su recinto, en algún momento en calle España, a pocos metros del bar Floyd, hoy ocupado por una reconocida cadena estadounidense de comida chatarra.
Yo, a mis 15 o 17 años, buscaba esa música que no se conseguía en otro lado. Y así tuve mi primer disco de Nofx, un grupo de punk rock, norteamericano, que era cosa rara e inconseguible para la mayoría de los jóvenes paranaenses amantes del género en aquellos años '90. También algún que otro disco inédito de Ataque 77, grabaciones de recitales, que en aquél tiempo eran una especie de joya para cualquier rockero.
Pero el hombre que en su documento llevaba el nombre de Rubén Medina no era un simple acopiador y vendedor de libros y discos usados y exóticos, demostraba un especial interés por el arte y, en las antípodas de la lógica del capitalismo salvaje, sabía cuidar a sus clientes a base de una gran empatía. Así, por ejemplo, cuando a alguien no le alcanzaba la plata para comprar un disco, por menos plata podía llevarse la grabación del álbum en cassette. Único.
Más allá de que pasados aquellos años de adolescencia no fui un asiduo visitante de su templo, a fuerza de saciar nuestras necesidades culturales, Sultanino se convirtió en un tipo apreciado por la mayoría de los paranaenses, aún sin llegar a establecer un vínculo personal. Fue y seguirá siendo, sin dudas, un personaje emblemático de la cultura de la capital entrerriana. Por eso, cuando me llegó por whatsapp la publicación anunciando la muerte de Rubén Medina, fue un golpe a la nostalgia. Y la incredulidad se apropió de mí.
Empecé a chequear y recurrí a contactos, amigos, colegas, para saber si en las secciones necrológicas de los dos diarios de papel que aún subsisten en Paraná había alguna confirmación o si, por el contrario, la inexistencia de información me sumergía aún más en la incertidumbre.
Un antecedente –y ese extraño deseo de inmortalidad– me hacía dudar y le daba cierto sentido a mi negación. Ocho años atrás, un colega y amigo intentó entrevistarlo y, al acudir a la que había que sido la última locación conocida del templo, se encontró con la inesperada e impactante noticia de su presunta muerte. Con buen tino, no se conformó con el (¿malintencionado?) anuncio del circunstancial mensajero y decidió verificar la información, en un claro ejemplo de ese ejercicio responsable y profesional del periodismo que es cada vez más difícil de encontrar en medio de tanta fiebre por el clickbait y los contenidos superficiales pero potencialmente virales. El rastreo terminó, después de varias averiguaciones, en una entrevista con el propio Medina.
Ahora, ocho años después, las respuestas que me llegaban alimentaban mi resistencia a creer en la segunda muerte del Sultán: "En el Uno no entró ninguna necrológica", me dijo un amigo. En El Diario, tampoco; nada de nada. Las llamadas al número de teléfono que supo usar un tiempo atrás chocaban con la voz robótica del contestador. Hasta que otro amigo me sugirió consultar en las salas de velatorio y con el primer llamado llegó esa confirmación que no quería escuchar.
— Sí, Rubén Medina estuvo acá. Hoy lo llevaron a las 11.
Dicen que Rubén Medina murió (¡aunque hay tantos Rubén Medina!). Como sea, estoy seguro que a Sultanino le quedan unos cuantos siglos de vida. En miles de libros, discos y revistas desperdigados por toda la ciudad (y no me caben dudas que también por todo el país) el viejo seguirá promoviendo la cultura. ¡Mirá si se va a morir Sultanino!
Publicado en Río Bravo el 25 de enero de 2023