Adrián la pateó para cualquier lado. La pelota levantó vuelo y se zambulló en el montecito que está debajo de la barranca. Todos miramos al Gringo que estaba en el arco. Es ley, el arquero busca la pelota.
"Yo no voy", se atajó el Gringo. Entonces debía ir Adrián. Se ve que nos dio lástima mandarlo solo, porque nos miramos y salimos todos juntos rumbo a la barranca.
"Todos juntos" éramos los cinco que habíamos quedado en el potrero, porque los del otro pasillo aprovecharon para rajarse mientras tironeábamos para definir a quién correspondía regresar la número cinco a la cancha. Era una Tango blanca y negra que el Pato cuidaba mucho. Si hubiera sido la Pulpo del Gringo, capaz que la dejábamos para buscarla al otro día. Pero todavía nos quedaba un poco de tiempo para regresarla y practicar algunos tiros de penal o una cabeceadita entre los que quedábamos.
Gera hizo la punta y descendimos en fila india por la muralla arcillosa, vadeamos algunas montañas de basura deseando que la búsqueda no nos obligue a alejarnos mucho. Después de varios vistazos, ingresamos al montecito por un camino angosto y tupido de cizañas y cardos.
Enseguida vimos el bulto del hombre tirado junto al tronco de un árbol. Después supimos que estaba muerto, pero nuestra primera impresión fue que dormía. Si es por nosotros, que duerma tranquilo, que disfrute sus sueños de alcohol. Seguimos buscando la pelota mientras echábamos algunas miradas furtivas al fulano.
A mí me llamó la atención que no se moviera a pesar del ruido que hacíamos. Adrián, en tanto, se acercó y avisó que la ropa del hombre tenía sangre. El Pato empezó a llamarlo a los gritos, a ver si lo despertaba y el tipo, inmóvil. No mostraba ninguna reacción.
Éramos cinco, nos sobraba coraje. Fuimos acercándonos hasta rodearlo a apenas un paso. No era nadie que conociéramos. Estaba descalzo, tenía un pantalón gris y un pulóver granate, aunque después Gera me discutió que era marrón, pero estoy seguro que era granate. A poca distancia reposaban sus zapatillas, bastante rotas y mugrientas. Las manchas de sangre se veían sobre todo en el pantalón. No era muy viejo como me había parecido al principio, alguien de la edad de mi papá o del hermano mayor de Adrián. Pero no era ni mi papá, ni el hermano de Adrián, por suerte. Tenía los ojos abiertos, como mirando algo que había sobre la copa de los árboles. De cerca la piel me pareció muy pálida.
Lo miré mucho. Sé que para otros pibes de mi edad, la cercanía a un cadáver no era ninguna novedad. No era mi caso. Mamá me hizo llamar la atención sobre el asunto una vez que salió para un velorio y no me dejó acompañarla, porque eso no es para chicos. Aquello se repitió alguna vez más, y desde entonces me poblaba un temor morboso. No perdía la oportunidad de preguntar detalles sobre la ceremonia de los velatorios, si se veía la cara del muerto, si se parecía a alguien durmiendo. Algunos iniciados arrimaban detalles, que la tía tenía bolitas de algodón en la nariz, que al hermano del compañero de catecismo las manos se le veían muy blancas o que al abuelo de otro lo habían velado sobre una mesa. Pero aquella vez teníamos ante nuestros ojos a un hombre muerto sin la escenografía del velorio, casi al natural, sin los trucos del maquillaje, los implementos del ritual y sobre todo, sin ninguna relación que nos genere lástima o tristeza. Así que no le mezquiné ojo. No había ese olor a podrido de los perros o los gatos muertos, por eso pensé que había fallecido hacía pocas horas.
Adrián lo tocó con una vara, pero el hombre no se movió. Lo empujó con más fuerza, y nada. Su inmovilidad nos convenció y lo abandonamos para seguir buscando la Tango. En un momento, Gera se descolgó la honda del cuello y le acertó una pedrada en la rodilla, el impacto sacudió un poco la pierna pero no hubo ninguna reacción por parte del ñato ese. El Gringo le calzó un bochazo en la cadera con el mismo resultado y el valiente de Adrián volvió a acercarse y lo surtió en el abdomen con la vara. Escuché un "¡Tup!", como si fuera un tambor de parche flojo. No sé qué quisimos hacer, pero por unos cuantos segundos lo sacudimos a pedradas, a palazos y el hombre no respondía de ningún modo.
Salimos lentamente del montecito. Atravesamos el pajonal a los saltos, ya sin cuidar de esquivar los cúmulos de basura y trepamos la barranca a toda velocidad. Ya en el campito, nos sentamos todos en el suelo. Ahí vi que el Pato estaba abrazado a la pelota, andá a saber en qué momento la había encontrado. Nos mirábamos en silencio, a nadie se le ocurrió retomar el juego. Al cabo de un rato, cuando recuperamos el ritmo de la respiración, el Gringo dijo "mañana vemos" y nos volvimos, cada uno a su casa. Entendíamos que eso de ver mañana significaba guardar el secreto, no abrir la boca y luego, más serenos resolver juntos qué hacer con el tipo que habíamos dejado bajo los árboles.
Adrián tuvo que ir y abrir la boca. Se mantuvo callado hasta que a la mamá le llamó la atención que no quisiera cenar. Le preguntaron qué le pasaba, le hicieron algunas preguntas y empezó a relatar en cuotas lo que habíamos encontrado, cómo era y hasta lo que habíamos hecho con el difunto cuerpo. Los padres primero no le creyeron, después lo interrogaron mucho, pidieron detalles, plantearon cuestionamientos; más o menos como los pasos que dimos nosotros en el montecito, hasta estar un poco más convencidos.
Al otro día fueron a la comisaría e hicieron una exposición. Adrián, Gera, y el papá de Adrián acompañaron a los policías hasta el monte para indicar el lugar donde habíamos hecho el hallazgo. Ahí ocurrió lo más extraño, porque lo único que encontraron fueron las piedras que le habíamos tirado, muchas. Estaba la vara con que lo sacudimos a palazos y una de las zapatillas del tipo al costado del árbol. Pero el hombre no estaba. Los canas dijeron que iban a seguir investigando, nunca supimos si descubrieron algo o no.
Después de aquello cada uno tuvo sus encuentros con otros cadáveres. Algunos muy queridos y otros con detalles mucho más truculentos. Pocas veces volvimos a comentar lo de esa tarde. A mí todavía me queda la duda de si era realmente un muerto.
Publicado en Río Bravo el 30 de octubre de 2021