por Santiago Mac Yntyre
Seguramente la nota de Coqui (que en el diario firma José Amado), un furioso tatengue, no le gustó para nada a nuestro director, un sabalero hasta el tuétano. Pero me voy a aprovechar de que es un tipo razonable y voy a tomarme el atrevimiento de meter el dedo en la llaga y hacer uso del hecho que sirve de excusa para estas líneas.
La anécdota
El Coqui, así le sigo diciendo aunque ahora aparezca con firma y foto en las páginas de un diario, cometió el pecado de ser sincero. Expresó lo que la mayoría de los hinchas de fútbol sienten y dicen sin exponer su apellido. Quiso hablar de la rivalidad en el fútbol y se hizo cargo en primera persona. “Incluso cuando nos toca la victoria, nos alegra más saber de la amargura del rival que disfrutar de la mismísima gloria”, analizó en un párrafo de la breve nota, valorando que “si el ingenio que se nos despierta cuando tenemos que cargar al enemigo, lo tuviéramos para el desarrollo nuclear, estaríamos dominando la mitad del planeta”. Así describió la rivalidad futbolera para rematar con el duro e hiriente: “Colón, ¡la amargura no se les va a curar nunca!”.
Seguramente habrá opiniones encontradas, si fue o no oportuno el momento, si fue correcto publicar una opinión parcial en un medio de comunicación con lectores de los dos bandos. Personalmente debo admitir que no lo hubiera hecho y hubiera esperado con prudencia (de hecho la tuve alguna vez) a que el adversario dejara de estar abatido y pudiera sonreír sin culpa. Paro eso no justifica nada de lo que viene más abajo. Generó reacciones, un descargo en el diario con frases como “lo único que genera es violencia, sobre todo en la frase final” y otras haciendo referencia a la omisión en la nota de una apreciación sobre las condiciones en que Colón descendió. “En los escritorios”, dijeron por los seis puntos que les descontaron injustamente y debo decir que coincido plenamente en ese último punto, aunque mi pasión futbolera esté en Paraná y ajena a la disputa entre sabaleros y tatengues. Hasta ahí, críticas y debates atendibles, razonables. Pero hubo algo que me preocupó de sobremanera. Comentarios en una red social pidiendo fotos del autor de la nota, hablando de “averiguar dónde encontrarlo” con intenciones non sanctas.
Se odian pero se necesitan
Así son los rivales. El fútbol es rivalidad y no hay con qué darle. Basta mirar las imágenes que ilustran esta nota (sólo algunas entre las miles que circulan) para darse cuenta del goce, extraño goce, que genera ver al adversario morder el polvo de la derrota. ¿Acaso no gozaron los sabaleros los descensos de sus primos? ¿Acaso no disfrutaron como un campeonato los hinchas de Boca ver en el vergonzoso último lugar de la tabla a su eterno rival, allá abajo, chiquitito, como se ven los autos desde un rascacielos? ¿Acaso no soñamos los hinchas del gato, del decano paranaense, con volver a vernos un día las caras con Patronato para dejar de ser ninguneados por ese histórico rival que nos llegó a sacar tres categorías de ventaja? ¿Y acaso no necesitan los hinchas de Patronato un ascenso de su viejo rival para volver a revivir ese clásico devaluado y después, si es posible, mandarlo de nuevo al lugar desde donde llegó? Así se vive en nuestro país y no le busco más vueltas.
¿Qué sería de los hinchas del fútbol si tuviéramos que vivir los momentos de gloria en soledad, sin tener a quién gozar? O sin tener a quién esquivar en la derrota.
Ese *#@%&; fanatismo
Sufrir, llorar, apagar la radio por miedo a quedar seco en ese instante, encerrarse en un baño para no escuchar los penales, reducir una semana a ese momento del pitazo final que marca esa delgada línea divisoria entre la decepción y la impotencia o el festejo alocado en el que por un momento tenés esa inexplicable sensación de “no me importa nada”. Todos esos estados los atravesé personalmente en pocos años, como para despejar cualquier idea de que hablo sin conocimiento de causa. Y duele la cargada, cuando no querés hablar con nadie y vas a tener que esperar como mínimo un año para que desaparezca del todo esa sensación de mierda.
Pero hay límite entre la pasión y el fanatismo. Todavía no me queda claro cuál es. Algunos dirán la razón. Pero cuando entramos a confundir prioridades, ahí pasamos al fanatismo.
Hermanos
Y no por ser futbolero me puedo prestar a que nos conviertan la pasión y todas esas hermosas emociones en el circo romano que quieren ellos, los que viven del negocio y los que usan el circo para confundirnos en falsas divisiones por color de camiseta: las empresas que se llevan millones en publicidad y explotan con sueldos indignos o tratos denigrantes a hinchas de Colón, Unión, Boca, River, Racing, Independiente, Paraná, Patronato, Sportivo, Peñarol y tantos otros. O gobernantes que se ufanan de que podemos ver todos los partidos gratis pero poco explican del calamitoso estado de hospitales y escuelas a los que van esos mismos hinchas.
No por esa pasión que nos encuentra en tribunas opuestas en un estadio de fútbol voy a confundir los tantos. Porque después de la euforia, en la semana me siento hermanado con ese changarín, docente, periodista, desocupado, estudiante, enfermero, comerciante. Hincha de Patronato sí, pero que vive y sufre las mismas que yo, que paga los mismos impuestos, que cuenta igual los pesos para llegar a fin de mes. Y no puedo, no me sale naturalmente, el mismo sentimiento hacia ese empresario explotador, hacia ese funcionario corrupto y vendepatria, hacia ese gobernador que usó mis colores y a los jugadores de mi querido club para hacer campaña, queriendo llevar agua para su molino. Por más que se pongan la camiseta, no me sale, porque por una cargada me puedo olvidar que el que siembra miseria en la salud, la educación y prefiere mandar millones al Club de París (el club que menos sabe de pasiones y sentimientos humanos) por una deuda manchada con fuego y terror, no es mi amigo Fermín Tristán, fanático de Patronato.
Publicado por Río Bravo el 16 de junio de 2014.





