Crecí junto a boxeadores. Todavía no podía pronunciar la "r" cuando el Aldo Pérez me llevaba a pasear en la Siambretta con la que hacía el reparto de garrafas. "¿A quién le ganó el Aldo Pérez?", me dirán, y con razón. Y... la verdad, que no sé. Pero lo vi cada tarde llegar reventado del laburo (eso sí que era cosa de bestias), liarse las vendas en los puños y arrancar la práctica con un larguísima sesión de cuerda.
También me preguntarán "a quién le ganaron esos", si nombro a Bicudo, al Rata, a Pañuelo Manuel o al Coco Acosta. No sé, ni me importa. Pero me basta recordarlo al Bicudo haciendo vista y cintura frente a una bolsa que iba y venía, y él se agachaba apenas para que la bolsa pase con lo justo, se erguía y volvía a agacharse una y otra vez; ahí entiendo a cuánto en la vida le ganó el Bica. Y que venga alguno a decir que una vez alcanzó a pegarle al Bicudo. El que abra la boca, mentirá.
Lucio, mi viejo, que me entrenó muchas veces, me fue explicando de jabs, visteos y uppercuts, mientras me ayudaba a entender "las cosas de la vida".
El Rata se quejaba porque "le metí la mano en el hígado hasta acá y el otro no se dobla"; y sí, técnicamente no había cómo explicarlo. Pero cuando te das cuenta de que lo que al Rata le sobraba de coraje, le faltaba de olla, pasabas a ser entendedor de muchas otras cosas.
En mi casa no había televisor, así que las mejores peleas las escuché por radio; hablo de las de Nicolino Locche, Ramón La Cruz, Pantera Ahumada y tantos otros que se agarrarían de los pelos al ver ese show de videoclips que es hoy la presentación de un boxeador. Pasé mucho tiempo sin ver box, aburrido de tanto culto a Moles Molis y boxeadores con más mañas que ganas; cansado de ver la forma en que fueron convirtiendo a un deporte en un espectáculo donde lo más importante parece ocurrir debajo del ring. Todas mis vivencias del box tienen casi nada que ver con eso y mucho con gimnasios con olores a cuero, sogas de cáñamo y zapatillas transpiradas; con gente haciendo sombra en un viejo galpón de panadería entre bolsas de pan reseco y ratas que se paseaban por los tirantes.
No sé si aguantaré despierto hasta la una para ver al Chino Maidana. Haré lo posible, porque cada vez que lo veo boxear me acuerdo de tanta gurisada de mi barrio Puerto, de la Tablada, del Cerro, de Piñeral o Villa Calma, que aunque apenas cabían en un aula de escuela, encontraban su lugar en un club de barrio donde un veterano les hablaba de Sugar Robinson y Eduardo Lausse, mientras aprendían cosas como la constancia, la voluntad, el coraje y el esfuerzo.
Publicado por Río Bravo el 03 de mayo de 2014.





