Nos hubiera gustado imaginar que situaciones semejantes formaban parte del pasado -y no justamente de un pasado que nos honre- pero que constituyeran una etapa completamente superada. Decimos “imaginar” porque era ésa más que nada una manifestación de deseo, un anhelo, mucho más que una aseveración basada en datos de la realidad, habida cuenta de que consta que presiones y atropellos en esta cuestión, solapados o muy patentes, no se han interrumpido nunca. Lo que marca la diferencia en la actualidad es una creciente y mejor conciencia general sobre estos puntos, la recuperada voz de los pueblos originarios y campesinos que se han organizado, el acompañamiento brindado por entidades civiles y el irreemplazable valor que han cobrado las formas de comunicación informales hoy vigentes, como la telefonía celular, muchas veces equipada con cámaras que fotografían y filman, los contactos y la rápida difusión a través de Internet y de una gran cantidad de medios alternativos y – por esta vez- beneficiosamente globalizados. La propagación de la información moviliza enseguida a las personas y organizaciones que de inmediato hacen llegar su adhesión a las víctimas y el repudio a los violentos, así como preparan actividades concretas.
Las noticias de La Primavera tomaron estado público de alcance nacional, concitaron una atención que es de desear que no se diluya, y se espera que el rechazo que produjo la represión se traduzca prontamente en una investigación eficaz, urgente y ecuánime con juicio y castigo a absolutamente todos los responsables de esta iniquidad, sin importar su relevancia social o cargos que ejerzan, y que además, se tomen las medidas pertinentes que sirvan para poner un freno definitivo a los atropellos que, aparte de configurar crímenes, pasan por alto a la ley nacional 26.160 de emergencia territorial.
Sólo unos poquísimos días separan los hechos de Formosa de los de Pampa del Indio, en nuestra provincia, y que, dado el clima de extrema tensión creado, de pura casualidad no desembocaron estos últimos en una nómina de muertos y heridos. Aquí nos congratulamos mucho cuando, tras ardua gestión, se obtuvo muy recientemente la aprobación legislativa unánime de una ley que, no sólo pondría punto final a un despojo puntual a familias de Pampa del Indio, sino que podría sentar un precedente valiosísimo ante casos similares que se reiteran en todo el ámbito provincial. Estamos usando el modo condicional (“pondría punto final”, “podría sentar”) porque tenemos plena conciencia de que, pese a su aprobación por la Cámara en pleno, dicha ley, ya al filo del receso de la Legislatura, no ha sido aun promulgada y se aguarda que no reciba el veto del Poder Ejecutivo. Sin promulgarse o con el veto del gobernador, se convertiría en letra muerta aquello que comenzó como un acto de estricta justicia y que proporcionó a muchos grandes alegrías y renovadas esperanzas. Debemos lograr que no se apaguen.
Pensábamos decir que pasábamos a otro tema, pero no fue así. Anteayer asistimos a la presentación de un nuevo número de la revista de trabajos de investigación que periódicamente publica la Junta de Estudios Históricos del Chaco. Nos dio mucho para pensar que, entre otros temas de sumo interés que allí se evaluaron y comentaron, se hiciera referencia a la preocupación de un gobernador del Chaco, allá en 1877, que durante su breve mandato se manifestó constantemente preocupado por tres temas centrales: la conflictiva relación con los aborígenes, la ilegal apropiación de tierras por parte de particulares que se verificaba en el entonces Territorio y la depredación irrestricta que se consumaba de los recursos naturales. Y estos mismos problemas se reiteraron con escasas variantes en otros escritos sobre diferentes épocas y protagonistas y se les añade, poco más adelante, la problemática planteada por el monocultivo. Recordemos, ¡estábamos oyendo hablar del siglo XIX y de los principios del XX! Es perturbador y mortificante que no hayamos aprendido nada del pasado sino sólo a repetir una y otra vez sus actos más funestos. Sería hora de mostrar que estamos empezando a entender algo, pero algo infinitamente más auténtico que no se restrinja a tardíos homenajes y arrepentimientos por las masacres de Napalpí, en el Chaco, o de Rincón Bomba, en Formosa, las que ya no podemos revertir; algo para que haya un verdadero y perdurable “nunca más” seguido de equidad y de respeto, hacia la humanidad y hacia las leyes.
*Para el Diario de La Región, de Resistencia, Chaco. Reproducido con permiso de la autora.