Cuando llegaba el final del gobierno de Macri, que lo único que hizo bien fue espiar a opositores y asegurar para los mismos de siempre la fuga de miles de millones de dólares al exterior, la apuesta de muchísimos/as argentinos/as fue por la construcción de un gran frente nacional y popular que pudiera poner fin a ese infierno. Y no era un eslogan: tenía que ser grande (no era tiempo de sectarismos), frente (había que acordar en la heterogeneidad, a partir de algunos principios básicos e irrenunciables), nacional (no sumaba aferrarse a buenas experiencias provinciales si no se aportaba a impedir que en el país siguieran gobernando la embajada yanqui y sus marionetas locales) y popular (tenía que permitir el despliegue de políticas que favorecieran a los/as trabajadores, las mujeres, los/as campesinos, los/as estudiantes...).
Desde antes de asumir, ese gobierno ya tenía asegurado el odio fervoroso de un sector que jamás toleraría una sola política que vaya en contra de lo que Rivadavia y Mitre, en el siglo XIX, ya habían pensado para Argentina. Esa parte de nuestro país, que ayer salió a cacerolear y bocinear, no necesita la expropiación de Vicentín para odiar a este gobierno y a todos/as los//as que vean en él una posibilidad de empezar un camino diferente. Odian, desde el vamos, la concepción misma de "gran frente nacional y popular", y nada que parta de esa definición les vendrá bien, nunca.
"La familia Vicentín"
"En el último mes del gobierno macrista, Vicentin recibió del banco Nación un crédito por día. Si, uno por día. Eso hasta el 10 de diciembre, que asumió Alberto Fernández. Dos meses después, la empresa, que no había usado ese dinero para pagar deudas, se presentó en concurso. ¿En qué usó el dinero Vicentin sino lo uso para pagar sus deudas? Gran misterio. El gobierno argentino sospecha que Vicentin habría remitido buena parte del dinero al exterior, en una maniobra defraudatoria, usando sociedades en el extranjero", informa Graciana Peñafort a raíz del fallo del joven juez ex abogado del Banco Nación, que el viernes pasado interrumpió la intervención de la empresa.
Quienes cacerolean y bocinean en defensa de "la familia Vicentín", lo hacen, conscientemente o no, en defensa de un grupo de estafadores, vaciadores, fugadores de divisas, a quienes, sí se los investigara, tendrían que dar cuenta incluso de relaciones con narcotraficantes que los salpican. Defienden a una "familia" cómplice de la desaparición de 22 trabajadores durante la última dictadura militar, 14 de ellos delegados gremiales, señalados por el jefe de personal de la empresa en coordinación con los genocidas. Defienden, conscientemente o no, a una "familia" que arrastra una historia de "favores" del Estado, principal aunque no exclusivamente en dictaduras, que les sirvió en bandejas préstamos que no devolvieron, puertos y obras fluviales que fueron hechos a su medida, y les estatizó deudas privadas que pagamos desde hace décadas todos/as los/as argentinos/as.
Quienes cacerolean y bocinean en defensa de "la familia Vicentín", también lo hacen en contra de la única alternativa para que la empresa no termine desguazada, en manos de Cargill o alguna otra "multinacional", dejando en la calle a los/as trabajadores y mirando la fiambrera a muchos/as de los/as productores que reclaman cobrar sus deudas.
Quienes cacerolean y bocinean en defensa de "la familia Vicentín", no representan a los/as trabajadores de la empresa, que desde su comisión interna se manifestaron a favor de la intervención del estado. Defienden, en cambio, a quienes la vaciaron. Son coherentes, nobleza obliga, con toda una tradición que los lleva a respetar el beneficio de la duda y la presunción de inocencia cuando se denuncia a quienes crean empresas fantasmas en paraísos fiscales; pero son veloces para juzgar y condenar cualquier atisbo de organización popular, especialmente las sindicales.
Lo que está en juego con Vicentín
En la disputa por el futuro de Vicentín no se difiere el inicio de un camino de expropiaciones a mansalva que acabará con todas las industrias en manos del Estado. No está en juego que vayamos a ser "Venezuela", pese al constante estruendo con que baten parches los funcionarios del anterior gobierno y los periodistas que les hacen coro.
De todos modos, sí es cierto que en la disputa por el futuro de Vicentín no sólo está en juego Vicentín.
En defensa de "la familia Vicentín" saltaron el intendente y los concejales, que trinaron como voceros de Vicentín; el juez de turno, que ofició de abogado de Vicentín; y los medios hegemónicos, que defienden a Vicentín como defienden siempre la timba financiera contra cualquier iniciativa estatal que busque regular los negocios que ellos prefieren liberados a la ley del más fuerte.
Sí, en la disputa por el futuro de Vicentín no sólo está en juego Vicentín. Está en juego quién gobierna. Los bocinazos y las cacerolas de los/as mismos/as que se hicieron los/as giles con los tarifazos, el cierre de empresas y comercios, la desocupación, la caída del salario real, la inflación y el aumento de la pobreza durante el gobierno de Cambiemos; junto a una batería de notas de Clarín, Infobae, Telefe y La Nación; las declaraciones beligerantes de la Sociedad Rural y sus diputados; y el fallo de legitimidad dudosísima de un juez que hoy debe estar recibiendo palmadas y halagos de todos los sectores de poder del norte santafesino; quieren hacer recular un proyecto de ley presentado en conferencia de prensa por el Presidente de la Nación. Entonces, la disputa en sí por la empresa Vicentín pasa a segundo plano.
Lo que está en juego es quien gobierna. No quiere decir esto que si se echa atrás el proyecto entonces no gobierna Fernández ni el frente que lo llevó al gobierno. Nada es tan directo, unívoco, lineal y simple en la política. Sí será, de eso no hay dudas, un paso atrás en la voluntad de millones de argentinos/as de construir poder para que los mismos vivillos de siempre no sigan cortando la torta.
La Garganta Poderosa resumió así la situación en estos días: "Tenemos una Cámara Alta de Senadores, una Cámara Baja de Diputados y una cámara bajísima de medios, donde se vetan leyes que no llegan al Congreso, sin que ninguna otra minoría las discuta: ahí la derecha tiene mayoría absoluta."
Para que los medios hegemónicos, sus jueces marionetas, la sociedad rural y sus aliados, "aplaudan" al gobierno, el precio a pagar es no avanzar en este tipo de proyectos. Es decir, que no se desarrollen las políticas para las que se votó a un gran frente nacional y popular. Es decir, que sigan gobernando ellos.
Vicentín es, en este sentido, una pulseada más en la eterna disputa por resolver quién gobierna en Argentina. Y esto no quiere decir que para gobernar haya que cerrar ojos y oídos, todo lo contrario. Desde estas páginas saludamos a comienzos de este año los gestos del gobierno cuando modificó proyectos de ley en función de sendos reclamos de sindicatos docentes universitarios y de chacareros. Lo que está en discusión hoy es si esta vez serán escuchados los que la historia oficial, los medios hegemónicos y el poder más concentrado de nuestro país, siempre silenciaron. Si esta vez otras voces podrán oírse por sobre los gritos de guerra que lanza la oligarquía cuando siente que sus intereses no son los que orientan las políticas en la Casa Rosada.
Desde que se desató la pandemia que obligó al aislamiento social, el gobierno nacional demostró un poder de convicción muy importante para no dejarse torcer el brazo por los Paolo Rocca y compañía que en nombre de la "libertad" salieron a bombardear, con toda la artillería que tienen a disposición, las medidas en defensa de la salud pública. Veremos qué pasa, ahora, con Vicentín.
Quienes creen que pueden seguir gobernando aunque el pueblo les haya dicho que no, se frotan las manos desde el viernes con el fallo del juez amigo.
Quienes esperamos que las "familias" Vicentín, Rocca, Etchevere y compañía, no sigan mandando como patrones de estancia por estos pagos, también estamos atentos y expectantes para ver cómo sigue la pulseada, y para jugar nuestras fichas también.
Esta nota, de hecho, es un humilde aporte para visibilizar la cancha y qué es lo que está en juego. Que sí, en eso los caceroleros y bocineros tienen razón, es mucho más que la empresa de "la familia Vicentín".
Acá no se termina ningún partido, obvio. Pero hay jugadas que pueden definir mucho de lo que viene después, mucho más allá de esa jugada. Y esta, cada vez está más claro, esta es una de ellas.
Publicado por Río Bravo el 21 de junio de 2020.