Que no se hierva el agua
Está muy bien la tradición del mate y toda la cultura que encierra; difícilmente sea malo algo que heredamos de los guaraníes. Es maravilloso el ritual de preparar un buen mate; dejar que el agua caliente despacito hasta que chille la pava, sacudir la calabacita separando palo y polvo, inclinarla y mojar de a poco con agua tibia para que la yerba se hidrate lentamente y colocar la bombilla en el momento justo. Es casi mágico el instante en que al cebar se forma la espuma y el sorbo asciende crujiente mezclando sabores de humos, taninos, soles, tierra, fructosa, polifenoles y savia. Pocas cosas son comparables al placer de compartir un mate y la comunidad que se genera alrededor de la infusión. Es hermosa la leyenda que cuenta del guaraní hospitalario a cuya hija Tupá convirtió en planta de Ilex Paraguariensis para que viva eternamente y sea símbolo de confraternidad. Todo eso es muy bueno y hay que defenderlo y mantenerlo vivo. Pero no puede olvidarse la parte brava del asunto: la yerba es una mercancía y esconde complejas relaciones de producción y explotación. Hay mucho trabajo duro y mal pagado en cada sorbo de mate.
¿De campo o de monte?
La yerba que cebamos se cultiva en Misiones y en el norte de Corrientes. Allá los mates son mucho más grandes que lo habitual en el resto del país; “uma baita cuia”, dicen los riograndenses que son más exagerados en el tamaño de las calabazas. Sin embargo, en el Litoral solemos burlarnos de lo diminuto que es el mate porteño. Es muy difundida la creencia de que se trata de tradiciones diferentes basadas nada más que en aspectos meramente culturales. Hubiera sido lindo, pero no: la diferencia en el tamaño del porongo del mate reside en que la yerba - hoy y hace 200 años - es un bien de mercado.
En tiempos de las Misiones Jesuíticas la yerba bajaba desde el nordeste por la antigua ruta de las carretas que iba bordeando el Río Uruguay. La misma ruta por la que luego subieron los ideales de la revolución de mayo; que Andrés Guacurarí persiguiendo portugueses a lanzazos galopó de norte a sur; que transitó el ejército de Belgrano hasta llegar a Tacuarí y redactar el Reglamento que daba tierras y libraba de tributos a los indios; que recorrió Artigas hasta llegar a su exilio en Curuguaty y que transitó el ejército de Mitre para exterminar la república que presidía Francisco Solano López. Era una ruta muy larga y complicada, incluía tramos en carreta y otros por vía fluvial. Cuanto más se alejaba del árbol, más se encarecía la yerba y más se achicaba el mate. El matecito de plata de algunos próceres solía ser menos caro que la cantidad de yerba que contenía.
¿Un amargo, compadre?
El kilo de yerba a precio de oferta en un hipermercado está entre 6,50 y 7,50 pesos; de los cuales no alcanza a 2 pesos la cantidad que llega al productor directo. Son 15 centavos por kg de hoja para el cosechero y 75 centavos para el dueño de la planta. El resto se reparte entre molineros, acopiadores e impuestos.
“El nuestro es un trabajo bastante sufrido. Son de 8 a 9 horas diarias que tiene que cortar la yerba, quebrarla, hacer los raídos y luego se manda al secadero. El trabajador está sufriendo el bajo precio de la yerba. Se nos paga al cabo de los quince días que dura el campamento. Ahí uno se tiene que hacer su carpita, y cuidarla, porque va a ser su hogar por quince días”. Quien decía estas palabras no es el mensú que protagonizó Hugo del Carril en Las Aguas Bajan Turbias; sino Carlos Rodríguez, uno de los tareferos misioneros que en noviembre pasado llevaron su protesta al obelisco.
Tarefero es una palabra que proviene del portugués tarefa: tarea, el peón que se interna en los líneos cuando llega la época de cosechar la yerba. El músico Ramón Ayala los recuerda en su hermosa canción El Mensú, que es el antiguo apelativo que refería a la condición de “mensuales” de estos trabajadores. Como en la historia de la serpiente que se muerde la cola, el tarefero es hijo y padre de tareferos. “Acá si vos sos tarefero, tu hijo va a ser tarefero, porque nunca le vas a poder pagar un estudio. Y eso es lo que no tiene que suceder. Pero depende de juntarse…, luchar, pelear. Pero, cuando no tenés para comer, todos nos olvidamos de eso. Llegó la época de trabajar y todos van a trabajar porque nadie quiere pasarlo peor. Entonces los gurises terminan explotados en los líneos”, denunciaba Cuqui de Olivera. Ella tiene 36 años y hace treinta que cosecha yerba.
Como si fuera una ley natural, los hijos de Cuqui ya tienen su vida ligada al yerbatal. “Las guainas no van a los líneos pero ellos sí. Ese que anda terribleando ahí…, carga gajos; el que más hace es éste otro, es el más guapo. Al otro no le gusta virutear, le gusta quebrar. Sacar el gajo, romper…; esas cosas no, porque lastima mucho sus manos. Pero el negrito que tiene 11 años, ya se fue sólo a tarefear y lo único que no pudo es cortar, porque es chico todavía, pero trajo $170 en una quincena. Y eso que le descontaron la comida. Porque, grande o chico, nadie te va a regalar un plato de comida”.
Neike, neike...La opresión en los yerbales generó más de una rebelión, que son hitos en la historia de la clase obrera. “...vienen los conchabadores, vienen los capataces, viene el patrón... vienen los hiju’e puta, lo chupan a uno y lo tiran. Tiran la cáscara. A veces, la cáscara está agujereada por algún balazo”, reflexionaba Ramón, el protagonista de El Río Oscuro, la novela de Alfredo Varela que inspiró la película de Hugo del Carril. Por más mansa que sea una persona, hay injusticias que no se dejan pasar.
Los últimos años la ruta 12 fue escenario de innumerables piquetes de los trabajadores de la yerba. La capital de Misiones recibió más de un tractorazo de pequeños productores. La cuestión es sencilla: si cada paquete que sale de la estantería del almacén genera 8 pesos, no es justo que a los productores primarios los arreglen apenas con centavos.
El mate está lavado
En el barrio San Miguel de Oberá viven entre 2.000 y 2.500 tareferos. En Montecarlo hay unos 1.500 padres de familia que cosechan en los yerbales. Según la Uatre, entre Misiones y Corrientes suman 40 mil tareferos. La mayoría empleados en negro y unos quince mil que se encuentran “en el borde de la supervivencia”.
Estos hombres y mujeres tienen trabajo durante cinco o seis meses, de abril a septiembre, los meses restantes son cosa de andar buscando changas que no hay. Algún puñadito de ellos, alcanza a cobrar el Interzafra.
El Interzafra es un subsidio incluido en el Programa Intertarefa del Ministerio de Trabajo, Empleo y Seguridad Social de la Nación, que durante los meses de diciembre, enero, febrero y marzo cobra el obrero tarefero blanqueado. El año pasado, el monto era de 225 pesos, este año fue aumentado a 400. En Misiones, para el período de la interzafra 2009 se registraron para cobrarlo unos 4.000 obreros rurales; pero luego de la “depuración de los padrones” (esto es un eufemismo que oculta la realidad: eliminar a los que reciban otro tipo de plan social o que no hayan trabajado en blanco al menos durante 4 meses) quedaron 1.900, y en diciembre de 2009 alcanzó a 796 personas.
Es rico el mate bien cebado. Es delicioso el sabor de la yerba. Si el mate es bueno porque genera encuentros, es más bueno que el encuentro libere rebeldías.
Publicado por Río Bravo, el 03 de febrero de 2011.





