Hace tiempo venimos denunciando las criminales actividades del narco, que no solo es responsable del aumento exponencial de circulación y consumos de sustancias –con el previsible deterioro de la salud de quien las ingiere – sino también de otras injurias que atraviesan el cuerpo social.
El narco es otro de los rostros del capitalismo, con íntimas conexiones con grupos de las fuerzas de seguridad, con miembros del poder judicial y de la política corruptos, con corporaciones financieras y bancarias y con sectores del empresariado.
No puede ser de otra manera, pues pese a las dudosas políticas públicas vigentes en la materia y declaraciones del poder, sus actividades continúan en asombroso crecimiento.
Corrupción del tejido social, violencias urbanas que tienen origen en los enfrentamientos por el control de las redes de distribución, aprietes a personas, empresarios y jueces, ocupación ilegal de viviendas en los barrios, que han sumido a la población en una condición de inermidad1 y desamparo, agregando un motivo más de pesar que termina afectando la salud mental.
A esto hay que agregar los efectos que estas situaciones producen en los sistemas de representación mental de la comunidad. Sabido es que las instituciones narco son productoras de cultura, que empalmando con la cultura consumista gestan esto que hemos conceptualizado como “cultura toxica”.
La cuestión es que esta construcción enajena el cerebro de las personas, legitimando y promoviendo los consumos de sustancias. De allí que asistamos a un aumento de la tolerancia social hacia los consumos, y un descenso en la percepción social de riesgo que estos implican.
Por cierto que esta cultura toxica incide en la configuración de “estilos de vida”, donde se van opacando los comportamientos solidarios y priman conductas individualistas, egoístas, y violentos. El “otro” como semejante es reemplazado por la relación con una sustancia química, donde se busca un goce espurio, de corto plazo y alto costo. Esto es lo que lamentablemente vemos en expansión en algunos lugares de la comunidad. Por eso decimos que el narco y sus letales mercancías son un virus peligroso que afecta a las raíces de la democracia.
Si bien son agrupamientos minúsculos, y que quienes nos oponemos somos mayoría, cuentan con la fuerza que les proporciona la protección del poder. Claro que como hemos planteado, entre otras iniquidades, el sistema de comercialización, distribución y consumo forma parte de un dispositivo de control social al servicio de las clases dominantes. Mecanismo que opera sistemáticamente en los grandes centros urbanos, particularmente en las zonas de mayor pobreza y exclusión, lugares donde los consumos son chalecos diseñados para castrar el potencial de rebeldía de los pibes y pibas de esas barriadas.
Los consumos de sustancias químicas alteran los sistemas de registro de la realidad y con ello la posibilidad de elaboración y de una práctica transformadora, que desafíe a una sociedad clasista que oprime, excluye y explota a las mayorías.
De allí la importancia vital de enfrentar a estas formaciones narcofacistas, y a la cultura toxica, con el poder que despliegan las fuerzas populares cuando se organizan tras objetivos necesarios. A la cultura toxica hay que oponer la cultura que brota de la solidaridad, la cooperación y el compromiso de la mayoría.
Superar esta situación implica operar en tres niveles interdependientes:
1.-En lo infraestructural, en la lucha por trabajo, por vivienda y por salud. En la lucha por transformar las condiciones que afectan a la vida de los pueblos, como el peso de la rémora de las concentraciones agrarias latifundistas, y de las corporaciones imperialistas que se quedan con la riqueza que producimos. Mientras nuestros jóvenes y la población no tengan trabajo estable y digno, estarán expuestos al conchabo del narco para servir como soldadito o atender un bunker.
2.-En el campo de la salud por democratizar los sistemas de atención, por instancias preventivas y terapéuticas para todas las personas afectadas por los consumos. Hay avanzar en instalar en cada barrio un dispositivo que desarrollamos en Vínculo. Consultorías que funcionen en espacios visibles para la gente, que pueda atender situaciones de crisis, que establezca redes con todas las instituciones de la sociedad civil para elaborar estrategias preventivas, y capacitar a la comunidad en estos temas.
3.- En el terreno de la vida pública tenemos que bregar por constituir Cabildos Populares de la Democracia. Foros donde las instituciones del barrio y la gente pueda reunirse para discutir y proponer iniciativas que favorezcan las condiciones de vida de su lugar. Que sea lugar de encuentro donde se forje la cultura solidaria necesaria para oponerse al narco. Donde periódicamente los concejales, y responsables de las comisarías y de otras oficinas estatales tengan que escuchar la voz del vecino y dar cuenta de la labor de su organismos.
Es como acordamos un día con Carlos Del Frade, democratizar la democracia, ponerla al servicio de la gente común, transformarla en un ariete de la transformación social.
1 Indefensión.
* Horacio Tabares es Licenciado en Psicología, director general de del Centro Comunitario de Salud Mental Vínculo, una institución civil sin fines de lucro, fundada en l989 que trabaja en la promoción de la salud comunitaria, realizando acciones preventivas y tratamientos para personas con problemas por uso indebido de sustancias psicoactivas y realiza intervenciones en instituciones y en la comunidad en tareas formativas y preventivas de adicciones y violencias.
Publicado en Río Bravo el 14 de febrero de 2023