Don Carlos en el barrio y en el club; Cafa, en otros ámbitos y para la gente más confianzuda. Fue uno de los especialistas en las locreadas del club de nuestro barrio; tenía un yeite secreto para que el locro no se le pegue. No tan secreto, pero es mejor no revelarlo acá.
Estaba bastante avanzado en años pero conservaba el viejo charré y su yegua, la China, con los que todavía hacía fletes y mudanzas. A fines de los '70 soltó la yegua del carro, dejó los fletes pero siguió andando y juntando gente alrededor de sus historias.
"La muerte anda rondando el barrio", decía cuando escuchaba el chistido de las lechuzas del campanario. A los gurises se nos ponía la piel de gallina.
Entre los andamios de la construcción de una escuela asentada sobre un antiguo cementerio, nos aprestábamos a escuchar sobre la aparición del lobizón; algún "asombrado", como se llamaba a los fantasmas o la mujer de blanco que salía desde el jacarandá del parquecito y cruzaba la cuadra en las madrugadas. Todos conocíamos algún primo del amigo del cuñado que la había visto.
En verano no, porque solíabamos vagabundear hasta cerca de la medianoche; pero en invierno aprovechábamos el momento en que pasaba a visitar a su amigo, sereno de la obra y nos colábamos en la tertulia.
De a ratos, el crujido de las maderas de los enconfrados lo interrumpía y él llamaba la atención: "ahí andan". La historia se hacía mucho más creíble, más concreta.
Nunca entendí por qué usaba el portugués para las historias de miedo. El lobizón pasaba a ser "o lobisome" una masacre era "uma abate". Don Carlos sabía contar, le gustaba hacerlo y dedicaba tiempo a hacerse atender.
Se fue con el tiempo, del modo natural en que suele irse la gente. En el barrio ya no quedan narradores de aquella calidad; de esos a los que escuchás y te sorprendés aunque sepas cómo termina la historia, te dejan asustado aunque no creas en ánimas y te hacen admirar proezas magnificadas por la imaginación.
Solía relatar una hazaña única, la de aquella vez que le corrió una carrera de más de 30 kilómetros a la lluvia. "Revoleé el rebenque desde el Empalme hasta la entrada al pueblo. Las ruedas del charré salpicaban barro y las patas de la China levantaban polvadera". Si te lo cuentan así, capaz que no se lo creés. Pero le ponés un fondo de Ennio Morricone y cabe en un cinemascope para la matiné.