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Jueves, 26 Enero 2017 10:02

Nuestras reacciones ante un abuso sexual y sus consecuencias

Escrito por Ignacio González Lowy

El abuso sexual e intento de violación del sábado pasado nos impone una discusión sobre el modo en que, como sociedad, reaccionamos ante las denuncias por violencia de género. Aquí no podemos ser neutrales y, el lugar donde nos paremos, tiene sus consecuencias.

El abuso sexual e intento de violación ocurrido en la fiesta organizada en la fastuosa casa  de Ignacio Ramos Marrau, hecho por el cual están imputados tres adultos y un menor, sacó a luz una problemática gravísima que sin embargo los paranaenses (y seguro que no somos originales en esto) tenemos naturalizada: la culpabilización de las víctimas en los casos de violencia de género y violencia sexual.

Que qué hacía allí si era menor, que cómo estaba vestida, que si no los habrá provocado, que dónde estaban los padres; cualquier elemento es válido para quienes, desde el anonimato en los comentarios virtuales o desde sus propias cuentas en redes sociales, ubican la lupa de la sospecha sobre quienes denuncian los abusos y las prepotencias antes que sobre quienes las cometen.

La necesidad de poner en discusión esta práctica es mayúscula, urgente, prioritaria. Ante el valor, la decisión, el coraje, que necesita poner en juego la víctima de un abuso de estas características y su familia para acompañarla y sostenerla; las reacciones de este tipo no sólo no ayudan sino que, al contrario, pueden desalentar, sembrar dudas y atemorizar. 

Los abusadores y violadores (así sea en potencia, lo son) lo celebran. Cada comentario de este tipo es un espaldarazo a sus coartadas y es un latigazo para sus víctimas. Cada comentario de este tipo es una posibilidad más para que, la próxima vez que pase, la mujer atacada y su familia se amedrenten y lo piensen dos veces antes de denunciar. Cada comentario de este tipo es un aporte más para que crezca y triunfe la cultura del silencio.

Es increíble nuestra capacidad autodestructiva, porque las mismas mujeres y los mismos varones que intervienen de este modo insultante en la discusión pública, culpabilizando a las víctimas, al hacerlo refuerzan las posibilidades de que algún día a ellos/as o a sus propios hijos/as, hermanos/as o amigos/as les ocurra lo mismo.

Se creen más críticos y libres, más inteligentes, por poner un manto de sospecha, pero llamativamente dicho manto recurrentemente cae sobre quien sufrió el ataque, la humillación, la perversidad. 

Cuesta entender que cueste entender que, cuando una mujer dice no, debería ser no, y punto. Todos los condimentos que agreguemos desde la comodidad de quien cree estar mirando desde afuera, si no parten de esa base esencial e innegociable, suman a favor de los agresores.

Es hora de que desde los medios, en las escuelas, en las organizaciones políticas y sociales, se dé a fondo este debate. Si ante cualquier hecho de agresión sexual y de violencia de género nuestras preguntas inquisitorias van hacia la víctima y no hacia los agresores, sólo logramos perpetuar, repetir y rodear de impunidad el delito cometido. Si, en cambio, presionamos a la justicia para que tome e investigue en serio cada denuncia de este tipo, sin proteger a nadie por su apellido, billetera o padrinazgo político económico; lograremos que, la próxima vez, quienes tengan que pensarlo dos, diez y mil veces sean los agresores. 

Que a las anteriores, posibles y futuras víctimas de estas aberraciones les quede como aprendizaje que vale la pena luchar, defenderse, denunciar y no callar; es el único triunfo posible ante tanto dolor. Y nosotros/as, aún los que creemos mirar desde afuera, también tenemos un rol para jugar en esta pelea. No nos hagamos los giles.

Publicado por Río Bravo el 26 de enero de 2017. 

Foto. Camila Alonso Suárez (ANCCOM)

Modificado por última vez en Jueves, 26 Enero 2017 11:32

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