Las escenas que se vieron y se vivieron este lunes en bulevar Racedo de Paraná marcaron un momento del conflicto por su ensanche, que no debería repetirse y mucho menos superarse en su grado de tensión y agresividad. El litigio con los árboles de por medio saltó de los ampulosos y fríos expedientes judiciales y pasó a dirimirse en el fragor de la calle y el cuerpo a cuerpo.
Algunos vecinos del bulevar, bastantes militantes ecologistas, un puñado de empleados municipales y una patota sindical que no tenía nada que hacer ahí, todos pecheando por empezar o frenar la tala de los árboles, con el rugido de las motosierras y la sirena de los patrulleros como sonidos de fondo; provocaciones, burlas, gente abrazando troncos, trepando a los camiones municipales, llantos, gritos, empujones, algún revoleo de manos; detenciones de la Policía que, como casi siempre, contribuyen a caldear más los ánimos, unir y afianzar la protesta.
El conflicto arribó a un punto decisivo sobre su continuidad, porque así no puede seguir. En el ajedrez se declaran tablas, el empate, de común acuerdo cuando ambos jugadores aceptan que no van a poder ganar. Esto no es un juego ni tiene que haber ganadores y perdedores. Pero el empate es virtual. La Municipalidad ganó en el Poder Judicial con el fallo del Superior Tribunal de Justicia, que avaló que la obra puede hacerse. Los vecinos y ambientalistas ganaron en la calle y la frenaron de hecho. La salida es incierta si se continúa el litigio por la primera vía, la judicial. Y la solución, definitivamente, no va a alcanzarse amenazando a la gente en la calle con patotas o topadoras.
Hay argumentos válidos y no tanto en ambos lados. Suena exagerado que se hable de ecocidio cuando vimos arder miles de kilómetros de la Amazonia, el Delta y la Patagonia, ecocidios en serio, pero es entendible el repudio a una nueva tala de árboles en una ciudad que viene en franca deforestación hace años. El municipio alega la premisa del desarrollo urbano –que Paraná necesita “para ayer”– y la promesa, incluida en la obra, de compensar los árboles talados con nuevas plantaciones, pero puede subestimar el problema si lo ve como la reacción de unos pocos privilegiados con veredas de 12 metros.
Racedo parece un síntoma de algo más grande, algo que excede las seis cuadras y los 86 ejemplares en disputa. Algo como una sociedad cansada de perder espacios públicos a manos de privados desde hace décadas, en una ciudad que se queda sin árboles por todos lados.
El gobierno municipal plantó 1.300 árboles desde que empezó su gestión, que serían parte de un programa de reforestación de cuatro años. Si muestra una planificación urbana sustentable, podría ganar ciertos acuerdos que hoy no se ven en Racedo. Mientras, Paraná, absolutamente desbordada, necesita obras de magnitud y acordes a la ciudad en la que se convirtió, con impactos ambientales que debamos aceptar.
(*) Publicado en Diario UNO y reproducido por Río Bravo el 26 de marzo de 2021