Martes, 16 Enero 2024 23:27

Había una vez un señor muy roto que tenía mucho rating

Escrito por Santiago García (*)

No es la gran cosa tener rating. En mi país otro señor que se comía un alfajor triple de un solo bocado supo ser el rey del rating.

Tampoco era el primer hombre roto en tener mucho rating. Hubo uno que lloraba por el pollo al horno con papas en la tele; otro que se pegó un tiro con una escopeta en el techo de su casa y así. A algunas personas les encanta ver a otras personas rotas en la televisión o en las redes. Les genera cierto placer.

Este señor roto que tenía mucho rating parecía muy inteligente. Claro que sus entrevistadores hacían el trabajo sucio. Al lado de Fantino hasta yo parezco muy inteligente. Y entonces lo fueron llevando por todos los programas. Había llegado a la televisión porque su jefe era dueño de un canal. La primera tarea del hombre roto que tenía mucho rating fue criticar a Marcos Peña, que era como criticar a Mauricio Macri. Su jefe tenía un enfrentamiento con Macri y usó a este hombre roto como fuerza de choque. Las personas rotas son muy fáciles de manipular.

Este señor roto, a pesar de ser fácil de manipular tenía y sigue teniendo algunas creencias muy firmes. Dos hermanas, la oferta y la demanda, que forman un matrimonio llamado negocio, son los pilares de su pensamiento. Si alguien quiere comprar al hijo más travieso de Messi, y Antonela y Lio están de acuerdo, tenemos un negocio. Si alguien está complicado para pagar Internet y le sobra un riñón (no es mi caso porque tengo uno solo), y a otra persona con el dinero suficiente le hace falta un riñón, entonces se ha formado una pareja.

“Todos necesitamos una teoría”, decía Darwin. El problema aparece cuando la realidad no se ajusta a lo que pensamos. La cultura no es un negocio. Una vez, hace algunos años, un amigo que vive en Estados Unidos me preguntó de qué trabajaba. Le conté que escribía para un diario, que tenía un programa de radio, una columna en otro programa, que editaba una revista, y que daba unos talleres. Entonces me preguntó con mucha sinceridad: “¿Pero laburo, lo que se dice laburo, no tenés?”.

En esa forma de entender la vida que tienen mi amigo y el señor roto que tenía mucho rating, la cultura popular no encaja. Para ellos todo tiene un precio, y donde hay una necesidad hay un negocio. El tema es que el señor roto que tenía mucho rating llegó a ser presidente. Entre otras razones, porque muchas otras personas rotas se sintieron identificadas con este personaje nuevo que estaba frustrado y enojado como la mayoría de la población.

Un chico se sacó la remera en el tren y se quiso boxear con otros pasajeros al grito de: “Hay que resolver el quilombo de las Leliq”. Es muy trágico que un pibe laburante se agarre a piñas con desconocidos por un instrumento financiero inaccesible para las personas comunes. Y, lejos de ironizar, lo que tenemos que hacer es volver a crear comunidad. No sirve de nada tener razón.

El cuento del hombre roto que tenía mucho rating es, como dicen ahora, una noticia en desarrollo. Tiene un final abierto. Lo que muchos sospechamos es que no es un problema de plata. El presupuesto que se destina a cultura es ridículo. Y es ridículo porque casi siempre las personas que gobiernan piensan, al igual que mi amigo, que lo nuestro no es un trabajo. Imaginen si cobráramos cada vez que nos dicen: “tocate una, escribite algo, hacete una obrita, pintate algo, etcétera”. Una de dos: o seríamos millonarios, o nos tratarían de agrandados.

Como decía, no es un problema de plata. Es mucho más grave. El hombre roto y los titiriteros que lo manejan (que son mucho más peligrosos) quieren terminar con la cultura popular. Les molesta que la gente lea, les molesta que la gente piense, les molesta la música porque es el alma de los pueblos. Les preocupa que, en vez de enojarnos solos con la televisión y el celular, y de escupir odio en los comentarios de las redes, nos abracemos y lloremos. Les molesta que la cultura sea la forma que el pueblo encuentre para hacer su catarsis. Les preocupa que podamos volver a construir los lazos que nos hicieron el país hermoso que somos. Les preocupa que sigamos existiendo los raros, los que no tenemos precio, los que no vendemos pañuelitos cuando la gente llora.

Antes de terminar quiero confesar un delito. Una vez cobré una beca del Fondo Nacional de las Artes. Voy a aprovechar esta oportunidad para rendir cuentas sobre el destino que le di al dinero que se me otorgó:

Me compré las obras completas de Juanele; la poesía y los cuentos de Manauta (ambas colecciones con el descuento de la UNER); las obras completas de Mastronardi; Cronosíntesis y Habitaciones de Emma Barrandeguy; le pagué al fotógrafo y a la editora. Las obras completas de Amaro Villanueva las pagué de mi bolsillo.

Ocho libros que es lo mismo que decir "Tres empanadas que sobraron de ayer".

Como le gustaba citar a un liberal de los de antes: “Las ideas no se matan” … y la cultura no se toca …

 

(*) Escritor, docente y periodista radicado en Gualeguay. Autor del libro Micaela García, la chica de la sonrisa eterna. 

Publicado en Río Bravo el 17 de enero de 2024

Modificado por última vez en Miércoles, 17 Enero 2024 17:45

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