Un compromiso a mediano y largo plazo, que excede con creces los oportunismos electorales.
El pasado 15 de enero el gobierno de Entre Ríos convocó a una mesa de diálogo a los diferentes sectores vinculados a la producción agropecuaria para conformar un foro de agroecología. En la reunión participaron el secretario de Producción, Álvaro Gabás, acompañado por el secretario de Ambiente, Martín Barbieri, la Mesa de Enlace (Federaciones Agraria Argentina, Entrerriana de Cooperativas –Fedeco-, Asociaciones Rurales –Farer- y Sociedad Rural), la Bolsa de Cereales de Entre Ríos, el Centro de Acopiadores, la Coordinadora Provincial “Por una Vida sin Agrotóxicos en Entre Ríos Basta es Basta”, el INTA y la Facultad de Ciencias Agropecuarias de la UNER. El objetivo de la misma fue la de establecer políticas públicas que promuevan la agroecología en la provincia, trabajando aspectos técnicos y productivos, la certificación participativa y la comercialización de productos agroecológicos.
Hasta aquí lo que replicaron los medios locales, recuperando algunas declaraciones de los participantes, pero sin ahondar demasiado en algunos conceptos que son claves para entender la trascendencia de dicha reunión y la profundidad con que debe ser abordada esta problemática, la cual, por otro lado, afecta directamente a cada entrerriano y entrerriana, trabaje o no en el campo (No es éste el espacio oportuno para ello, pero vale recordar que el modelo productivo hegemónico vigente impacta en la salud a través de las fumigaciones para quienes viven en el campo, la contaminación de cursos de agua y la persistencia comprobada de pesticidas en las frutas y verduras que compramos en la ciudad).
Es justo aclarar, entre otras cuestiones, que la convocatoria a conformar este foro de agroecología no es una iniciativa genuina del gobierno, sino que forma parte de uno de los pedidos que realizara la “Coordinadora Por una vida sin agrotóxicos, Basta es Basta” el 21 de noviembre de 2017, cuando, ante la alarmante cifra de niños con cáncer, consecuencia de las fumigaciones, se presentó al gobierno un documento contundente de denuncia y propuesta. Dicha Coordinadora, conformada a nivel provincial por organizaciones ambientales, gremiales, docentes, productores, ingenieros, abogados, vecinos, víctimas de fumigaciones llevó adelante durante todo 2018 una serie de acciones que marcaron la agenda provincial en la temática.
Así fue que, iniciado el año con un regresivo proyecto de ley sobre la regulación del uso de agroquímicos con media sanción en la Cámara de Senadores, se realizó el Ciclo de Socialización de Saberes “Hacia un nuevo modelo de producción de alimentos” en la Cámara de Diputados, con el ingeniero agrónomo Eduardo Cerdá, el ingeniero químico Marcos Tomassoni, el biólogo Sergio Federovisky, el médico Damián Verzeñassi y el investigador Damián Marino, quienes expusieron sus conocimientos, aportando al debate que debían dar los legisladores entrerrianos. En mayo, el proyecto fue rechazado. Pero el modelo productivo seguía intacto. Y los entrerrianos seguían enfermando y muriendo por causa de las fumigaciones.
La “ronda de los martes”, iniciada el 16 de enero de 2018 y continuada de manera ininterrumpida hasta la fecha, fue la manera de reclamar, denunciar y visibilizar este genocidio silencioso. Quien haya cruzado por la Casa de Gobierno de la capital provincial cualquier martes de 2018 a las 20.15 habrá visto un grupo de personas, más o menos numeroso según el día, portando velas encendidas y carteles referidos a los agrotóxicos y sus impactos en la salud, quienes precedidos de un pasacalle con la leyenda “Paren de fumigar” camina alrededor de la Casa Gris. Hasta que cambie el modelo productivo. Hasta que la agroecología sea una política de estado.
Llegó agosto y la justicia entrerriana recibió un amparo ambiental colectivo promovido por el Foro Ecologista de Paraná y AGMER (ambas organizaciones integrantes de la Coordinadora Basta es Basta), solicitando que se ordene al Gobierno y al Consejo General de Educación que adopte una serie de medidas que tiendan a dar seguridad a las escuelas diseminadas por todo el territorio provincial de modo que queden a salvo de las constantes fumigaciones. En dicha oportunidad se adjuntó numerosa documentación científica y fundamentos del Comité de los Derechos del Niño y la Organización Mundial de la Salud para la infancia. El gobierno entrerriano no tardó en responder pidiendo la nulidad del amparo, priorizando una vez más los intereses económicos por sobre la salud de la población. Sin embargo, la acción fue ratificada y el fallo judicial del 29 de octubre dejó firme la prohibición de fumigar cerca de las escuelas rurales, a 1000 metros por vía terrestre y a 3000 metros por vía aérea.
No tardaron en escucharse los argumentos de grandes productores, y del propio gobierno, acerca de la imposibilidad de producir sin agroquímicos, de las pérdidas económicas que genera la restricción de fumigar y de la consiguiente inviabilidad del amparo ambiental.
Y 2019 nos recibió con un decreto del propio gobernador por el cual, desoyendo el fallo judicial vigente, habilita las fumigaciones a solo 100 y 500 metros de las escuelas rurales por vía terrestre y aérea respectivamente.
La Coordinadora Provincial Basta es Basta reiteró la plena vigencia de la sentencia del máximo tribunal y realizó las presentaciones judiciales pertinentes para que se determine la improcedencia e invalidez del decreto del Poder Ejecutivo.
Hasta aquí la crónica de los hechos, con sus idas y vueltas legales. Sin embargo, y volviendo a la noticia que dio inicio a estos párrafos, aún resta un análisis que, si bien para algunos puede parecer obvio, en tiempos de etiquetas y bombardeos verborrágicos vacíos, resulta imprescindible.
“El” campo no existe
¿Qué piensa un lector cuando ve una noticia referida al “campo”? Pueden venir a su mente las intensas lluvias que dificultan las actividades agropecuarias, las cotizaciones en dólares de cada exportación o las pulverizaciones con agroquímicos (o envenenamiento con agrotóxicos, según qué biblioteca hayamos leído).
En primer lugar, debemos decir que “el” campo no existe. Existen, por un lado, los grandes y medianos productores, dueños de la mayor cantidad de tierras en la provincia, que acatan las reglas de juego de las multinacionales (el paquete tecnológico de semillas transgénicas y cócteles cada vez más grandes de plaguicidas) a través del asesoramiento de ingenieros formados en universidades financiadas o sponsoreadas por dichas corporaciones y el aval de un gobierno que legisla en su favor. Para ellos existen las “buenas prácticas agrícolas”, las derivas de las fumigaciones son controlables y no existe otra manera de producir que sea rentable. Por lo tanto, se oponen a cualquier otro modelo productivo, aún a costa de la sustentabilidad. Todo este sector desconoce más de mil estudios científicos que prueban la toxicidad de los productos que aplican en los campos y sus impactos letales en la salud humana y siguen exigiendo pruebas que hace mucho tiempo están al alcance de cualquiera interesado en la temática.
Por otro lado, existen, casi invisibilizados, un número creciente de productores agroecológicos que también son “el campo”, o bien, son el otro campo, que apuestan a una producción con campesinos y sin venenos, que producen alimentos para la población local y no toneladas de granos de soja para engordar chanchos chinos.
Y aquí es donde se hace necesario aclarar el siguiente concepto, que ha empezado a circular en los medios pero que corre el riesgo de banalizarse o vaciarse según los intereses: agroecología. Para quien recién se arrima a estos debates, es bueno aclarar que la agroecología no es un invento de los ecologistas que se oponen al progreso, tampoco es una actividad limitada para mini emprendimientos familiares. Numerosas experiencias demuestran que, sin ser una receta, la agroecología es la alternativa necesaria para descontaminar los campos, sanear los suelos y asegurar la supervivencia en los próximos años. Algunos la definen como disciplina científica, otros como un tipo de agricultura alternativa, o un conjunto de técnicas; lo cierto es que no se trata de un sinónimo de producción orgánica, va mucho más allá. La agroecología implica un agroecosistema autónomo, que utiliza recursos locales, minimiza los impactos ambientales y al mismo tiempo busca la productividad, el respeto del entorno natural y sus poblaciones, la producción de alimentos sanos y relaciones económicas justas.
Hay tantas maneras de hacer agroecología como emprendimientos existan, pueden ser de pocas hectáreas o de manera extensiva. Por solo dar algunos ejemplos en nuestra provincia, podemos mencionar a Alicia Schvartzman, granja agroecológica La Dorita y grupo Agropoético Guardianes de la Dorita, en el que trabajan unas cuantas familias, en la costa del Uruguay; a la familia Verzeñassi y viñedos agroecológicos en plena ciudad de Paraná, Nicolás Indelángelo, quien asesora diversos productores en Tabossi y Libertador San Martín, Damián Posadas y su producción de cítricos y huevos en la zona de Diamante, Demetrio Romero, en Mojones Sur, Tincho Martínez, en su granja La Porota en La Picada, Ricardo Sito, en Aranguren, Federico Otto en Gualeguaychú, Leo Kosntner y su producción ganadera agroecológica en la zona de María Grande, la Cooperativa Apícola El Espinal, la Escuela Agrotécnica y la escuela de las hermanas franciscanas en Villa Urquiza y la Escuela Almafuerte en La Picada, Juan Ramírez Montrull. La lista es interminable y diversa. Cada uno de estos emprendimientos merece un artículo detallado para conocer cómo trabajan; todos ellos están demostrando con sus propias acciones que la agroecología es posible.
También hay productores con muchas inquietudes y angustias que se han dado cuenta de que no hay buenas prácticas con venenos y buscan alternativas para producir alimentos sanos pero se encuentran atrapados en el paquete tecnológico corporativo. Transición es cambio, el cambio genera resistencia, y la resistencia en el fondo es miedo (en cualquier aspecto de la vida). Escuchar a otros que ya iniciaron el camino, ayuda a dar el primer paso y a partir de ahí es un camino de ida.
Y, en ese camino, falta mencionar la huella de los consumidores, quienes cada vez son más, exigiendo alimentos sanos, seguros y soberanos, que el modelo actual no puede ofrecerles y apoyando en consecuencia las iniciativas agroecológicas.
Ya estamos en transición hacia la agroecología, y no por la iniciativa de los gobiernos ni la voluntad del agronegocio, sino por el trabajo serio y comprometido de pequeños productores y la conciencia de ciudadanos organizados y perseverantes. Es tarea de quienes dicen representarnos ofrecer las condiciones objetivas para que la protección de la salud de toda la población entrerriana y nuestros bienes naturales comunes sean una realidad y no un discurso oportunista en un año electoral.
Mientras tanto, cada martes al anochecer, una ronda con velas alrededor de la casa de gobierno, y replicada en más de veinte localidades del interior de la provincia, nos recordarán ese compromiso.
Publicado en Río Bravo el 18 de enero de 2019.
* María José López Ortiz es educadora, militante por la agroecología y Secretaria de Educación Ambiental de AGMER Seccional Paraná.