Miércoles, 28 Noviembre 2018 09:12

Lindo laburito

Escrito por Claudio Puntel
Puente de Fierro, sobre el arroyo Picardía. Santo Tomé, Corrientes. Puente de Fierro, sobre el arroyo Picardía. Santo Tomé, Corrientes. Foto: Caio Alegre

"Este es un lindo laburito", decía Carlitos Sandoval y transpiraba a lo bestia mientras arremetía con el cortafierros sobre una viga de concreto. Nunca le vi nada de lindo a ese trabajo cansador y mal pagado; pero Sandoval llegaba, liaba 7 u 8 cigarrillos y saltaba casi contento al andamio. Trataba de seguirle el ritmo, pero no me daba el cuero. Rezongaba y el tipo quería hacerme ver que "la maza te ayuda a sacar músculos".

Aquello fue por el '82, Carlitos andaba pisando los 30 y vivía con su compañera y un par de críos. Lo conocí trabajando juntos en aquella construcción en el Barrio Las Ranas y después no supe más de él. ...hasta la inundación del 83.

Quienes tenemos la suerte de poder encender un fuego con solo abrir la llave del gas, solemos olvidarnos lo difícil que resulta a miles de compatriotas calentar la pava para el mate, cocinarse un guiso o arrimarse a una llamita para hacer frente al frío. Pero es así, aun en pleno siglo 21 mucha gente cercana necesita recolectar troncos y ramas para poder encender un fuego que valga la pena.

En el espinal entrerriano, cientos de familias campesinas dependen de los ñandubayes, espinillos y chañares que todavía se mantienen en pie, para proveerse de lumbre. En mis pagos ocurre lo mismo con otras maderas que crecen en los mogotes. En las zonas costeras, la leña ya suele estar cortada, casi al alcance de la mano, en la línea que la resaca deja sobre las barrancas. Y cuando el río crece, las canoas pesqueras se transforman también en arrieras de troncos que la corriente trae aguas abajo. Sobra agua, barro y anegamiento, pero la crecida, así como quita, a veces da.

La del 83 fue una creciente muy grande. El Uruguay entró a Santo Tomé por los arroyos, dividió el mapa interno de algunos barrios y aisló el pueblo en los bajos de los accesos. Las escuelas y los terrenos de las zonas altas se poblaron de familias evacuadas. En el Cerro se elevaban los humos de los fogones y cuando la lluvia aflojaba flameaban como banderas en los tendederos colectivos las ropas mojadas de nuestros paisanos.

No hace falta explicar la crisis que genera la irrupción del agua cuando desborda los cauces. Además de las enfermedades, el riesgo para la vida, las pérdidas materiales, hay que contar también con el golpe anímico en ese corte abrupto sobre la vida cotidiana.

Pero alguien como Carlitos Sandoval, capaz de transformar en algo divertido a ese tedio que es picar paredes, no iba a achicarse por una crecida. Donde para los demás había un problema, encontró la oportunidad de hacerse de buena leña para la cocina y si sobraba, también algunas monedas. Hicieron yunta con Balbuena y marcharon juntos. Entraron a caminar sobre las vías hacia el puente de fierro, allá en la zona donde el Picardía corre a contrapelo tratando de juntar sus aguas con el Itacuá. Bajo el puente la correntada pasaba a los piques, se notaba por la velocidad con que cruzaban las ramas.

Alcanzaron a juntar algunos troncos antes de que se desencadene la tragedia. No creo que la corriente haya vencido las brazadas de aquellos bíceps templados a mazazos. Quizás algún calambre, un atasco con las ramas del fondo, un segundo de vacilación o el golpazo de un tronco escupido por la correntada. El hecho es que allá quedaron los dos, en un manotazo solidario, tragando agua en el intento de salvar al amigo. Y junto a la vía, a la entrada del puente, todavía hay dos cruces bien sencillas, bien humildes; una de ellas, a la memoria de un albañil que se habrá tirado al agua con el mismo entusiasmo con que trepaba al andamio.

Modificado por última vez en Miércoles, 28 Noviembre 2018 15:38

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