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Domingo, 28 Octubre 2018 04:51

La ley del rebenque

Escrito por Claudio Puntel

 

 "La única ley que conozco es ésta", decía Matos y le mostraba el rebenque a un funcionario municipal de mi pueblo. No sé qué hecho en una ciudad de Paraná Campaña me recordó aquel episodio.

Vida sacrificada la de los ladrilleros del Itacuá. Pisan el barro con caballos, los mismos que usan para llevar los ladrillos hasta las obras y para juntar la bosta que mezclan con el barro.
El Itacuá es un arroyito breve y sinuoso que desemboca en el Río Uruguay. En el bajo, al costado del viejo Camino Real guarda algunas lagunitas habitadas por renacuajos y repollitos de agua. Allí se levantan los hornos de ladrillos y los pisaderos donde toma color y consistencia la materia prima de cada ladrillo.
El olero, como llamamos al ladrillero en mi pueblo, es un hombre mezcla de ribereño y obrero rural. Un anfibio de una cultura riquísima, experimentado en compartir con isleros, pescadores y remeros brasileños. Entendido en animales, clases de tierra, tipos de leña, cotización del metro cuadrado de revoque y climatología. Gente acostumbrada al trabajo duro, de patas en el barro, manos estropeadas, cabeza al rayo del sol, frente expuesta a las altas temperaturas de los hornos y cintura flexible para moverse rápidamente del piso a la estiba del horno. Matos era uno de ellos.
Una noche se le escaparon algunos caballos, que luego de deambular por las calles del centro se metieron a pastar en la Plaza San Martín. Allí los encontraron los troperos de la municipalidad y los encerraron en los corralones de la Tablada, en la otra punta del pueblo.
A media mañana del día siguiente, Matos estacionó su carro junto al cordón de la vereda de la municipalidad. Pidió retirar sus caballos y le mandaron a hablar con un funcionario de Contaduría, que todavía no había llegado. Lo esperó en la vereda.
"Atendeme Matos, tenés que pagar una multa porque tus caballos están en infracción", le respondió el hombre. Con paciencia, Matos le explicaba que no podía pagar, que sus caballo no pueden saber cuándo infringen una reglamentación, que los necesitaba para trabajar, que le parecía injusto y todos los argumentos razonables que puede esgrimir un hombre de una sola pieza. "Es la ley", reforzaba el contador, ajustado a la norma.
Y ahí fue cuando Matos enarboló el rebenque. El mismo que usaba para apurar el tranco en el carro y para arrancar la ronda de patas y cascos en el pisadero. "Mirá, muchachito, ésta es la única ley que conozco", le advertía. Y sí, seguro que era esa. La única que podía estar al alcance de sus manos. La que podía emparejar el estado de situación, porque la otra es la que siempre anda en contra del pobrerío.
Rápido de entendederas, el funcionario le pidió que se calme y extendió una orden para que le devuelvan los caballos. Se libró de un talerazo y actuó para que sea justicia.

Modificado por última vez en Domingo, 28 Octubre 2018 11:36

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