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Viernes, 14 Septiembre 2018 21:37

Todos tenemos un libro

Escrito por Claudio Puntel

Todo el mundo tiene un libro. El que leyó diez y el que se despachó toda la Biblioteca Popular, todos esos tienen un libro. Uno, que lo ha marcado, y al que vuelve siempre aunque sea con la memoria. Algunos lo tienen en el placard y no lo confiesan nunca porque es uno de esos títulos vergonzantes en no sé qué nomenclatura. Otros lo desparraman en todos lados y a la primera de cambio, porque tuvo la suerte de que alguien pusiera en sus manos una de esas obras valiosísimas reivindicadas por todos los escritores.

Mi libro llegó a mi vida cuando cumplí los nueve. Me lo regaló el más atorrante de la turma de mi grado. Ni me lo dio en las manos, lo tiró por ahí y después me aviso que “allá está el regalo”, mientras se montó a mi bicicleta sin pedir permiso. Un impresentable, y creo que nunca supo que con ese obsequio refrendaba lo que nos habíamos propuesto cuando nos conocimos en el preescolar: ser los “mejores amigos”.

Hablo de “Corazón”, de Edmundo De Amicis, en una edición tremenda de Atlántida, ilustrado con acuarelas. Me imagino a doña Delia revolviendo estantes para no errar en la elección del regalo, porque estoy seguro que el libro lo eligió la madre. La amistad dura hasta hoy, aunque el libro no volvió más de algún préstamo hace como cuarenta años.

Desde entonces, en los cumpleaños regalo libros. Que me disculpen los que esperan otra cosa, pero no se me ocurre que pueda haber algo mejor. Lo aprendí cuando cumplí nueve.

Se que para muchos, la obra de De Amicis es una ñoñería plagada de lugares comunes y cosas así. Yo sigo defendiéndola a capa y espada. Y digo que Corazón es responsable de gran parte de mi formación. De los ejemplos del pibe que repasaba los cálculos matemáticos mientras acarreaba leña, del gurí florentino que se levantaba después de la medianoche para adelantar el trabajo del padre, o del hijo de la verdulera que hacia las tareas arrodillado en la penumbra de una buhardilla aprendí que hay héroes que no necesitan superpoderes.

En muchos de mis alumnos me reencontré con el Albañilito, con la misma casaca ilustrada a cal y yeso; el “hocico de liebre” y muecas pícaras como las de aquel Antonio Rabucco. Esos gurises me recuerdan por si se me ocurre olvidarlo, que “el trabajo no mancha” y que hay que querer mucho a los pibes, pero sobre todo a los que tienen la dicha de ser “hijo de un trabajador”. Lo aprendí en mis lecturas de Corazón.

Publicado por Río Bravo el 15 de septiembre de 2018.

Modificado por última vez en Domingo, 16 Septiembre 2018 11:23

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