La comunidad educativa de la Escuela de Comercio N°1 de Paraná reaccionó a la notificación sobre la construcción de un jardín en el campo de deportes de la institución. Aunque aclararon que no están en contra de la construcción de una unidad educativa, la ubicación afectaría "un espacio pedagógico de la escuela". Hubo comunicaciones informales sobre una supuesta marcha atrás aunque no recibieron notificación oficial.
Nunca pensé que extrañaría tanto esa serie de cuatro paredes por las que me desplazaba casi a diario, cotidianamente, subiendo y bajando escaleras, corriendo para llegar de una a otra, cargando tizas, borrador, fibrones, fotocopias, cajas, libros, esperanzas y cronopios.
El aula. Ese espacio dentro del que ha sido uno de los espacios más importante de mi vida: la escuela, tan llena de contradicciones y diversidades.
Nunca pensé que extrañaría tanto. No, nunca imaginé. Porque también casi a diario en el aula las cosas no salen como las pensamos, como las planificamos, como esperábamos. Porque las aulas a veces se desbordan de problemas que llevamos a nuestras casas, que cargamos en nuestros cuerpos agobiados, que traducimos en angustia y estrés.
Porque el trabajo rutinario a veces cansa, a veces es dormir pocas horas y comer mal, porque el aula a veces no me deja tiempo para respirar, para ser, para mis pasiones, para dibujar sin preocuparme de la hora, para sentarme a tocar la guitarra en el patio hasta que me dé la gana, para leer ese libro que compré hace dos años. Porque corro toda la semana anhelando el viernes y detestando los lunes.
El aula que a veces es miedo. El aula que a veces es quiero salir corriendo porque no aguanto más que no me miren, que lo que haya en las pantallas de los celulares sea más importante que la clase que preparé, soñando con un hermoso círculo cerrado de compañerismo y armonía. Amor que quería dar hecho palabras pero que se rompe y estalla hecho añicos, enredado en las telarañas de una escuela que dicen que ya está vetusta y carente de interés para las nuevas generaciones.
El aula, ese espacio inmaterial que parece salido del realismo mágico y que a veces es tan potente que te pega sopapos de realidad cuando después de pedir chicos bajen un cambio, chicos, a ver, bajen la voz, hagamos un poco de silencio, chicos no…
Un alumno se para y azota el borrador contra el pizarrón y termino envuelta en una nube de polvo. Cinco golpes secos que producen el milagro: todos miran al frente y se callan.
Entonces él me enseña: “cuando quiera que se callen haga eso, profe”. El método efectivo para la atención: el golpazo.
Hace muchos años hubo una vez un aula donde “M” se paró enojado con un compañero y le dio un puñetazo al pizarrón que casi rozó mi cara. El mismo que a veces era pura ira e insultaba, que se llevó la materia porque no hacía nada y la aprobó con un ocho, en dos semanas. El mismo que mientras me ayudaba a lavar los materiales en el patio me sonrió por primera vez y me contó su vida. El mismo “chico problemático” al que le gustaba sentirse útil y que el último día me dio un abrazo y me enseñó para siempre una de las lecciones más crudas pero a la vez más hermosas de mi vida.
Muchas escuelas y muchas aulas me atravesaron en estos casi 15 años de transitarlas como profe. No me atravesaron como un río…más bien como un tsunami. ¿Cuántas veces me habré sentido tan frustrada que quise tirar la toalla? Bromear con dejarlo todo y poner un quiosco. Decir en serio "yo voy, doy mi clase y listo, que se arreglen como puedan" y no poder cumplirlo nunca, jamás.
Pero el aula también me regala magia. Escuchar una poesía escrita por una muchachita y quedar sin aliento. Estar corrigiendo y leer un cuento tan hermoso que me hace llorar. Los abrazos de mis amorosos ex alumnes que me visitan en los recreos (sí, en los recreos), que regalan amor en sonrisas, anécdotas, que piden y dan consejos. Mis alumnes que me cuentan algo que no se atrevían a contar, que se apasionan para organizar una muestra, que vencen sus miedos y confían, que me dicen gracias porque ese viaje, esa charla, esa lectura, esa obra de teatro, esa palmada en el hombro fue lo mejor que les pasó en la vida.
¿Qué puede ser más alentador que ver a la chica que se sentaba sola en un rincón riendo a carcajadas mientras recortan, pegan, arman y desarman con sus compañeras? Atesoro cada pequeño gesto y cada regalo que me han hecho los gurises, como les llamo así, en general, sin distinciones.
No sé qué va a pasar después de esta pandemia que nos transformó la vida de golpe y porrazo obligándonos a dejar las escuelas y las aulas en silencio. Quizás todo vuelva a ser como antes y volveremos a cargar con la balanza que a veces se inclina por el peso de lo malo y nos agobia. ¿A quién se le ocurriría la insensatez de pensar que una pantalla pudiera reemplazar a esos cientos de ojos que como almas redondas nos envuelven a diario y nos recuerdan la esperanza?
Pero sí sé que cuando pueda volver a mi trabajo me resultará muy difícil pisar el aula, la primera que me toque, sin suspirar. No sé si podré contener las lágrimas, si seré tan fuerte como para contener mis ganas de olvidar todas las diferencias, los barbijos y las distancias exigidas y abrazar a todo el mundo.
Anhelo volver a mirar las caras de mis gurises. Aunque a veces haya que azotar borradores.
* Jorgelina Rodríguez Cecchin es profesora de Lengua y Literatura y de Artes Visuales.
Publicado por la autora en su muro de Facebook, reproducido por Río Bravo el 12 de mayo de 2020. La ilustración es del sitio http://www.mcep.es/
Todo el mundo tiene un libro. El que leyó diez y el que se despachó toda la Biblioteca Popular, todos esos tienen un libro. Uno, que lo ha marcado, y al que vuelve siempre aunque sea con la memoria. Algunos lo tienen en el placard y no lo confiesan nunca porque es uno de esos títulos vergonzantes en no sé qué nomenclatura. Otros lo desparraman en todos lados y a la primera de cambio, porque tuvo la suerte de que alguien pusiera en sus manos una de esas obras valiosísimas reivindicadas por todos los escritores.
Mi libro llegó a mi vida cuando cumplí los nueve. Me lo regaló el más atorrante de la turma de mi grado. Ni me lo dio en las manos, lo tiró por ahí y después me aviso que “allá está el regalo”, mientras se montó a mi bicicleta sin pedir permiso. Un impresentable, y creo que nunca supo que con ese obsequio refrendaba lo que nos habíamos propuesto cuando nos conocimos en el preescolar: ser los “mejores amigos”.
Hablo de “Corazón”, de Edmundo De Amicis, en una edición tremenda de Atlántida, ilustrado con acuarelas. Me imagino a doña Delia revolviendo estantes para no errar en la elección del regalo, porque estoy seguro que el libro lo eligió la madre. La amistad dura hasta hoy, aunque el libro no volvió más de algún préstamo hace como cuarenta años.
Desde entonces, en los cumpleaños regalo libros. Que me disculpen los que esperan otra cosa, pero no se me ocurre que pueda haber algo mejor. Lo aprendí cuando cumplí nueve.
Se que para muchos, la obra de De Amicis es una ñoñería plagada de lugares comunes y cosas así. Yo sigo defendiéndola a capa y espada. Y digo que Corazón es responsable de gran parte de mi formación. De los ejemplos del pibe que repasaba los cálculos matemáticos mientras acarreaba leña, del gurí florentino que se levantaba después de la medianoche para adelantar el trabajo del padre, o del hijo de la verdulera que hacia las tareas arrodillado en la penumbra de una buhardilla aprendí que hay héroes que no necesitan superpoderes.
En muchos de mis alumnos me reencontré con el Albañilito, con la misma casaca ilustrada a cal y yeso; el “hocico de liebre” y muecas pícaras como las de aquel Antonio Rabucco. Esos gurises me recuerdan por si se me ocurre olvidarlo, que “el trabajo no mancha” y que hay que querer mucho a los pibes, pero sobre todo a los que tienen la dicha de ser “hijo de un trabajador”. Lo aprendí en mis lecturas de Corazón.
Publicado por Río Bravo el 15 de septiembre de 2018.
En el marco del acto del 11 de septiembre, en la Escuela N° 190 "Ob. José María Gelabert y Crespo" Jornada Completa de Paraná, la maestra Mónica Ruiz Díaz preparó y leyó estas sentidas palabras que nos permiten repensar la fecha, la conmemoración y la tarea de enseñar.
"Hace ya 75 años que el 11 de septiembre es el Día del Maestro, recordando la muerte de Domingo Sarmiento. Y para muchos de nosotros es un día de profunda reflexión sobre nuestro trabajo.
Más que el 11 de septiembre, el día del maestro podría ser:
El 4 de abril: porque en el 2007, fue asesinado Carlos Fuentealba. Carlos trabajó como albañil mientras estudiaba para ser docente. Se recibió en 2005, a los 38 años y comenzó a trabajar como profesor de química en el Centro Provincial de Enseñanza Media (CPEM) N.º 69 del barrio Cuenca XV, uno de los más pobres del oeste de la ciudad de Neuquén. ASESINADO POR PELEAR POR LOS DERECHOS DE LOS TRABAJADORES.
O el 11 de junio: porque en ese día de 2010, En un accidente de tránsito falleció Aldo César Geminiani (en la foto), director de la Escuela Nº 13 Santos Vega de Colonia Santa Juana del departamento Federación (Entre Ríos). Geminiani, de 59 años, falleció trabajando, ya que viajaba en una camioneta del CGE luego de trasladar a sus alumnos de regreso a sus hogares. “Muchos reclamos hizo el compañero para que repare la camioneta y nunca fue escuchado por los funcionarios políticos”.
O el 2 de agosto: porque este año, hace poco más de un mes explotó una garrafa en una escuela que había hecho seis reclamos por fugas de gas provocando la muerte de Sandra Calamano (48), la vicedirectora, y Rubén Orlando Rodríguez (45), el portero de la institución, una primaria de jornada completa, la Nº49 Nicolás Avellaneda, al oeste del Gran Buenos Aires.
Pero también podría ser el día del maestro…
- El día que recordemos a Mariano, docente en Catamarca. Su objetivo como maestro es "dejar huella" en los alumnos y sin dudas, Agostina nunca se va a olvidar de su noble gesto. Mariano Salas tiene 29 años y es maestro de Educación Física en una escuela de Catamarca. A principio de año, cuando se enteró de que sería el encargado de armar la coreografía de uno de los actos escolares, pensó en cada uno de sus alumnos de segundo grado y en especial, en Agostina, que tiene siete años y está en silla de ruedas por un problema motriz. Fabricó un arnes para que ella bailara atada a sus piernas…
- Un día cualquiera en que se nos alegre el alma al pensar en la abuela de 75 años que aprendió a leer junto a su nieta y lo primero que pidió fue un libro de cuentos… porque siendo niña nunca había podido leer uno…
- O el día en que un alumno nos dijo “ya terminó la clase?... se me pasó volando…”
Demasiadas veces nos aferramos a lo negativo, a los abandonos, a los dolores que trae nuestro trabajo, pero si nos animáramos a vernos como un equipo en el que el engranaje falla si no lo hacemos como equipo? Si nos animáramos a reconocer nuestros errores y a pedir disculpas? En este proceso de pensar(nos) y pensar(me), maestra y parte de un equipo, me digo: “No te enojes. A veces el otro no te entiende. Lo explicaste mil veces, pero no lo ve. No es tonto. No es malo. No es indiferente. Es otro”.
Y en esto de ser maestros, somos alumnos y aprendemos cada día. No existe, o no debería existir ningún maestro que en algún momento no se cuestione sus propias prácticas, que no dude, que no sienta temor ante la grandeza y responsabilidad del trabajo por delante. La experiencia de ser maestro se disfruta y se padece, se inventa y se reinventa, tiene pasado, pero mira al futuro. Ser maestro no es tan fácil como muchos creen pues conlleva una responsabilidad, requiere sensibilidad, comprensión, tolerancia, paciencia…
“La educación es un acto de amor, y por esto un acto de valor.” Por eso hay que tener valor para dedicarse a la educación teniendo en cuenta las numerosas dificultades que este trabajo conlleva. Aquí hace falta valor, coraje, pasión, entusiasmo, fe, optimismo y alegría. Porque la educación es la que nos permite transformar, cambiar y mejorar la realidad que nos rodea, al mismo tiempo que cambiamos, nos transformamos y nos mejoramos a nosotros mismos y a nuestros semejantes.
Ojalá nuestro trabajo sirva para inspirar, para formar espíritus libres y responsables, para así recuperar mucho de la humanidad que hemos abandonado, para así recuperar la generosidad, la compasión, la justicia, la tolerancia y el respeto que, desagraciadamente, también hemos extraviado. Indudablemente: “la educación es un acto de amor, por tanto, un acto de valor”.
¡Feliz día MAESTROS!"
Mónica A. Ruiz Díaz - Septiembre 2018
* Foto: gentileza César Pibernus. Mónica Ruiz Díaz es docente en la Escuela N° 190 "Ob. José María Gelabert y Crespo" Jornada Completa y fue Secretaria de Finanzas de AGMER (2009-2011).
Publicado originalmente en su muro de Facebook, reproducido por Río Bravo el 11 de septiembre de 2018.
Santiago asistió a la Escuela Primaria N°5 Profesor Alejandro Posadas, que fuera durante el Terrorismo de Estado El Chalet. Allí “funcionaba” el genocida que se benefició con el fallo del 2x1 de la Corte Suprema de Justicia. Cuando conoció la noticia, pensó que era mentira. Pero no…
Llegaron desde Feliciano para ser parte de “La Toma”, como ellos mismo le dicen, y poder contarle a sus compañeros cuando regresen hoy a la tarde, “porque mañana desde temprano, hay que ir a dar clases”. Una historia de tantas, en la toma docente del CGE.
Tanto el gobierno nacional como el gobierno provincial coinciden en un único objetivo en materia de educación: sacarse el paro docente de encima. Todo lo demás, se puede postergar.
Con los salarios flacos y postergados, los docentes arrancan una vez más el año teniendo que dar pelea. Entre tantas críticas que reciben desde aquellos sectores que siempre los han atacado, vienen bien las palabras justas de una madre que sabe bien dónde está parada.