La escuela es noticia cuando se cae la mampostería de algún establecimiento poniendo en riesgo la integridad física de los alumnos, cuando los docentes reclaman por salarios dignos, cuando el gobierno difunde estadísticas sobre las licencias docentes mientras ignora las que dan cuenta de la deserción estudiantil. Tal vez con muchísima suerte, y durante los años electorales, leemos que alguien colocó un cartel grandilocuente para anunciar que se dio inicio a una obra para arreglar algún edificio.
Pero a partir de este viernes, y durante todo el fin de semana, la noticia será otra. En Gualeguaychú, una experiencia protagonizada por alumnos y docentes pone sobre la mesa una verdad comprobada – y evidentemente ninguneada desde las estructuras de poder que diseñan las currículas escolares- y se abre a la comunidad como una invitación generosa: el arte vincula, da esperanza, transforma realidades y nos acerca a la alegría; que, después de todo, es lo que nos pasamos persiguiendo durante toda la vida.
El Secreto del Palacio
Todo empezó como una iniciativa de los alumnos de una división de la orientación de Arte del Colegio Nacional -escuela secundaria N°12 ” Luis Clavarino”- quienes, de la mano del profesor Maximiliano Benetti, idearon el proyecto. Luego de conocerse una fotografía tomada en el subsuelo del edificio, en la que aparece una silueta que rápidamente los alumnos denominaron como el fantasma del Palacio, empezaron a tejerse las historias. Nació el mito y con el fantasma se materializó una necesidad de expresar y decir que habitaba en esos chicos. Había una historia para imaginar, escribir, narrar: una historia a la cual ponerle el cuerpo. Y ese fue el principio.
La primera edición del Secreto del Palacio fue muy buena; la segunda fue superadora -contando con 60 personas en el trabajo para la puesta en escena-. Pero llegó la tercera entrega, que en la víspera colmó todas las expectativas, antes de abrir las puertas de la macabra casona: participan del proyecto originado en el Departamento de Arte del Colegio Nacional seis cursos, es decir, un total de 100 alumnos con el respaldo de docentes y directivos: ¡100 alumnos de una escuela creando, actuando, imaginando, proyectando!
El último ensayo fue más que prometedor. Los chicos iban y venían por el viejo Palacio, subiendo y bajando escaleras, probando sonido, luces, efectos, todos con la mirada puesta en la primera función que tendrá lugar este viernes. Cabe destacar que la obra se llevará a cabo los días 30 de junio, 1° y 2 de julio de 19 a 23.
Un Teatro en un Palacio
Lo que veremos es una obra teatral de impacto, una historia que contiene muchas historias enmarcadas en el género de terror -una por cada una de las que fueran en otra hora habitaciones y que hoy ofician de aulas del colegio-, pero sobre todo veremos el resultado del trabajo de un equipo que hace dos meses viene creando una propuesta pedagógica que no tiene precedentes, al menos en nuestra provincia.
Juan Domé , Noemí Peña y Mauro Basaldúa serán quienes encarnarán al sepulturero, al ama de llaves y a la horripilante bruja: los personajes que guiarán el recorrido en cada uno de los pisos dispuestos para ser escenario de este espectáculo: el primer piso, la planta baja y el subsuelo del Palacio.
Al ingresar a la escuela durante el último ensayo, lo primero que encontramos fue a Juan recreando múltiples gritos de terror y movimientos con los alumnos que estarán a cargo de la planta baja del edificio.
En el primer piso Noemí indicaba lugares, escondites, tonos y posturas ante los gurises que, compenetrados en sus personajes, seguían atentos cada consejo.
Vale destacar a Gabriela Alcaraz y su equipo, quienes están a cargo del maquillaje y de lograr la credibilidad en los personajes de ultratumba que se apoderarán del Palacio durante tres días.
En el subsuelo, Mauro será quien guíe a los espectadores por los vericuetos que están al final de la angosta y añeja escalera de madera, en un pasillo de terror que aloja impactantes sorpresas.
Los chicos ensayan sus gritos, buscando el resultado más aterrador posible, componiendo los movimientos, los golpes en la escenografía.
Docentes, administrativos, directivos andan entre los alumnos, resolviendo detalles, sumando voluntades. El clima es motivador, es una promesa de que todo va a salir bien y que los chicos van a celebrar haber formado parte de la aventura.
En cada habitación se ensaya una historia y cada tanto al grito de “¡producción!” o “¡seguridad!” ingresan más alumnos a sumar su mirada, a resolver alguna cuestión técnica a proponer abrir o cerrar un pasillo entre el público.
Las luces y el sonido son las capas superpoderosas que harán volar las historias, que brillan y aturden, que se lucen en ese contexto necesario. En particular este jueves, el efecto de las luces sobre la fachada del edificio y los alaridos provenientes del interior, fueron el adelanto de lo que esperan brindarnos los chicos este fin de semana: un palacio luminoso y sonoro que nos de tanto pero tanto miedo como ganas de volver una próxima vez.
En la medida en que caminamos los pasillos y nos asomamos a las aulas, nos encontramos con todo lo que se pueda imaginar el lector que puede encontrar en una casa del terror: coronas de flores, guillotinas, ataúdes, un triciclo embrujado, cadenas, biombos de madera que se agitan, escobas tenebrosas, manos que salen de las paredes, catres hechizados, y tanto más que no quisiéramos adelantar para preservar la sorpresa de los espectadores.
En simultáneo, y entorno a una extensa mesa en un comedor circundado por personajes siniestros, algunos chicos ensayan el horror que con el correr de las horas se va apoderando de la que fuera la residencia de la familia Clavarino.
Las piezas de utilería van y vienen. Los chicos-gárgolas ensayan sus poses más espeluznantes. Y otra vez los gritos, y en medio una canción esperando el turno de repasar, y un mate compartido, y tanta pero tanta alegría que da ganas de quedarse un rato largo siendo testigo del proceso.
El profe Maxi Benetti nos cuenta que está en la escuela desde las 13 horas; se fue el día, son las 22 del jueves y todavía queda la suficiente energía para probar recursos, para sorprenderse, para imaginar rituales y exorcismos.
Un grupo de chicos-zombies andan por ahí como salidos del Thriller de Michael Jackson, otros vestidos con túnicas y capuchas, y más gritos mezclados con risas. El Palacio fue tomado por fantasmas, pero sobre todo por el entusiasmo de los alumnos.
Lo sobrenatural. El miedo. El movimiento de las paredes que nos envuelven, los espacios que crecen o decrecen de acuerdo a las historias que nos cuentan, los gemidos del terror… todo eso junto, interactuando, en un ensayo final para un público improvisado que va revisando que todo salga como está proyectado.
El repaso en la oscuridad los mantiene atentos. Algunos exclaman asustados ante los ruidos espantosos, y después la risa colectiva, y después volver a concentrarse para seguir con el ensayo.
Al final de cada truco, estalla el aplauso; convencidos de que están dando el mejor espectáculo que pueden dar, que los recursos puestos desde la cooperadora del colegio -y algo de lo que pretenden recuperar con la venta de entradas- están aprovechados al máximo y que nadie les quita la experiencia de jugar y de crear.
¿Que vamos a aplaudir al final del recorrido?
Muchos de estos pibes antes de formar parte de este proyecto no se conocían. Cursaban a la mañana o de la tarde con muy pocas chances de encontrarse compartiendo algo en algún momento con el turno opuesto. Pero el arte integra, brinda posibilidades, desata capacidades, construye autoestima y nos encuentra.
Fue fácil darnos cuenta de que durante el ensayo no hubo descalificativos, ni violencia, no hubo peleas: solo las ganas contagiosas de brindar el mayor esfuerzo.
El arte es esa tierra donde todos conquistan, donde todo es posible, donde un centenar de adolescentes puede crear una historia y contarla desde su propia mirada e intereses, darle contenido a un relato de terror, convertir un edificio derruido por el tiempo en un teatro luminoso, provocar emociones en los otros, hacer nuevos amigos y no sentirse en ridículo por ensayar durante horas un “grito de horror”, o pintar una máscara o jugar con cuchillos de plástico. Porque el arte es ese lugar donde el profesor de educación física edita videos, y alumbra con la luz del celular para seguir el ensayo; el arte encuentra a la comunidad educativa, democratiza, nos conmueve, pero sobre todo, nos hace mejores.
El arte es un vehículo; es un patio abierto donde la diferencia constituye un valor y no un disvalor, donde las palabras “integradoras” dejan de habitar discursos vacíos para poblar textos de obras teatrales, de canciones, de programas de radio, de construcciones que no haríamos de otra manera ni en otro momento.
El arte es una consquista de la escuela pública, es una respuesta para gurises que necesitan, y que reclaman de mil formas distintas, respuestas; puede ser una aventura, puede ser un oficio, puede ser esperanza para quienes se ven a si mismos sin expectativas de lograr desarrollarse en algo que los vuelva verdaderamente felices. El arte es una posibilidad con lugar para todos. Y como todo lo grande e importante necesita de hitos, de experiencias que nos definan, de recuerdos con amigos, de anécdotas. Esta experiencia, este Secreto del Palacio, es también todo esto. Es una huella y para algunos, tal vez, el comienzo de un camino.
Así que cuando el fin de semana ingresemos al Palacio, nos asustemos, gritemos y nos amontonemos pensando que así espantamos los fantasmas, permitámonos al final del recorrido sentir orgullo de esos actores, escenógrafos, productores y maquilladores, de sus docentes y sobre todo, de la luminosidad del arte en la escuela pública.
Publicado en Reporte2820 y reproducido por Río Bravo el 1 de julio de 2017.