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Jueves, 24 Abril 2014 06:51

Un espacio necesario para la difusión de la cultura popular

Escrito por Jorgelina Rodríguez

Hace ocho años un grupo de jóvenes diamantinos se reunieron, juntaron sus inquietudes y decidieron tomar en sus manos un problema, asumiendo el compromiso de ponerse a trabajar para resolverlo: “generar un espacio de lucha por la cultura popular”, esto es La Barranca.

 

 

La primera actividad que realizaron fue una obra de teatro colectiva (escrita, discutida, actuada, musicalizada y dirigida por ese grupo de jóvenes fundadores) al cumplirse los 30 años del último golpe militar. Con esa obra se estrenó La barranca. Así surgió, poniendo en palabras, en imágenes, traduciendo en sentires, en expresiones corporales, en música, en poesía, las experiencias, los silencios, las historias, las mentiras, las preguntas que los atravesaban, no solo como individuos sino como sociedad.

 

Con los años el camino abierto se fue transformando, muchos de los barranqueros fundadores se fueron por los senderos bifurcados de la vida (pero dejando su semilla y siempre unidos por hilos invisibles), se incorporaron nuevos jóvenes y adolescentes y en el año 2010 inician las tareas de rescate y recuperación del edificio del ex Mercado municipal. Una tarea titánica que dio sus frutos: el lugar es hoy emblemático, convertido en un Centro cultural sólo con el trabajo (las manos y el lomo) de los barranqueros, sus amigos, sus familias y el aporte de los socios. Allí se desarrollan talleres (tango, folclore, teatro, derechos humanos, entre otros), han tocado artistas de la talla de Rafael Amor y el Dúo Enarmonía y han expuesto sus obras diversos artistas plásticos.
Desde allí, desde las puertas del viejo Mercado, se convocó el pasado 23 y 24 de marzo a una vigilia y la primera “marcha del silencio”. Todo un hito para esta pequeña ciudad.

 

¿Por qué una marcha del silencio?

 

El 25 de marzo por la noche, entrevisté a los actuales “barranqueros”, sentados en una ronda, con caras cansadas pero satisfechas. La pregunta que me rondaba la cabeza era esa: “¿por qué una marcha del silencio?” Por lo que cuentan, es evidente que los motivos son genuinos y sentidos, tan genuinos como aquellos que impulsaron a los “fundadores” a subirse a un escenario con una obra de teatro propia. Una de las organizadoras, Tatiana (hija de detenidos durante la dictadura), cuenta que lo vieron como un desafío, pues es la primera vez que se convoca a una marcha del 24, pero también como una posibilidad, y una deuda, histórica si se quiere. El discurso que cuenta es aquel que ahora conocemos: marchar en silencio no sólo como señal de dolor “por los que no están”, marchar en silencio porque el silencio es el único lugar discursivo (sí, el silencio también puede ser discursivo), donde les fue posible construir un yo plural, colectivo o, como dice otro de los chicos, Emanuel, un silencio simbólico. Ese silencio simbólico lo pensaron como un modo de organizar una marcha conjunta, “sin banderías políticas”, reivindicando “la democracia”, que contuviera todos los silencios y “las formas de pensar”, las ideologías, dicen.

 

“Acá no se puede pintar.”

 

Las actividades planeadas incluyeron un “siluetazo” en lugares simbólicos de la ciudad. En la calle frente a una escuela, “para que la maestra les cuente a los pibes por qué pintamos la silueta”, en el municipio, en el juzgado, en la Departamental de policía. Allí, un agente de la fuerza les comunicó que no se podía pintar y les pidió que se retirasen. Posteriormente esa silueta que habían estampado en la calle apareció “censurada”, tachada la inscripción “nunca más”, “mutilada” como dice uno de los chicos. Un acto tan “simbólico” como cobarde y repudiable. El autor sería un miembro de la policía.

 

Los que por diversas razones estamos acostumbrados a transitar las calles, año tras año, mes tras mes, día tras día en defensa de nuestros derechos más básicos, sabemos que esa acción no expresa sólo “resabios” de la dictadura, no es solo “cosa de fachos”. Sabemos que “el gobierno de los derechos humanos”, mientras por un lado honra (o simula honrar) la memoria de los desaparecidos, mientras pinta la historia a gusto y piacere con las siluetas vacías de los que no están, mientras construye un único discurso “democrático”, violenta constantemente los derechos de trabajadores, pueblos originarios, de los jóvenes, de los desocupados, de los llamados eufemísticamente niños en situación de vulnerabilidad social, y una larga serie de etcéteras. Pero todos esos reclamos no tuvieron cabida en esta marcha del silencio, no se mencionó ni a Julio López ni a Luciano Arruga, ni a ningún desaparecido en democracia, porque los organizadores lo acordaron así y todos respetaron el acuerdo.


Doble discurso

 

Cierta confusión (y decepción) causó entonces el hecho de que Daniel Chémez, el “viceintendente” de la ciudad, se subiera al escenario y emitiera un discurso no progamado, aparentemente improvisado, rompiendo el acuerdo pactado con La barranca de no circunscribir el homenaje a un acto político. Expresó las razones por las que “luchábamos nosotros en esa época”, para luego agregar que su presencia “no tenía ninguna relación con candidaturas”. Un gesto propio del kichnerismo y sus adeptos: apropiarse de los espacios, apropiarse de los discursos, apropiarse de todo lo posible. La intendenta y sus funcionarios aprovecharon también “el espacio” para sacarse fotos con el joven artista que, convocado por la Barranca, pintaba un mural “por la memoria, la verdad y la justicia”.

 

En la entrevista, los barranqueros aclaran que “la municipalidad nos convoca para que no se superpongan los eventos, y publica lo que nosotros organizamos en el boletín (programa oficial) de actividades por la memoria que organizaban ellos”. La idea fue aceptada porque “no iba a ser un acto partidario” era solamente “confluir con lo organizado por el gobierno”, que impulsaba teatro por la identidad y un evento musical en la plaza del centro cívico.

 

Es lamentable entonces que estas prácticas desleales empañen el gesto genuino de rendir homenaje a los 30 mil desaparecidos.

 

Pero más allá de todo, el que llevan a cabo los chicos y chicas de La Barranca es un trabajo que no puede usurparse, un trabajo cultural cuyos cimientos están ya bien plantados. Ayer fue una obra de teatro, música y palabras por la memoria, hoy fue una marcha del silencio, quizá mañana sea una marcha por los derechos humanos de ayer, hoy y siempre. Al fin y al cabo, fue por eso por lo que lucharon y murieron aquellos hombres y mujeres que se recordamos todos los 24 de marzo.

 

Publicado por Río Bravo el 24 de abril de 2014

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