Dicen que las balas que le dieron muerte fueron disparadas por otro gurí, de apenas 16 años.
Un arma con una víctima en cada extremo. No tengo dudas de que tanto el que apretó el gatillo como el que cayó asesinado es una víctima. El pibe de 16 años al que acusan es sospechoso desde que nació, por portación de apellido y de prontuario familiar. Como describía Elías Neuman, "Siempre los mismos, los mismos rostros y los mismos delitos". No digo que él no tiró, digo que nació condenado a estar en cualquiera de los dos extremos de un arma.
"¡Qué tristeza, hermano!", me dijo Laureano, que fue maestro de los mellis en tiempos de escuela. Porque los mellis fueron a la escuela. Y, como el que dicen que apretó el gatillo, tuvieron maestros que hicieron hasta lo indecible para que puedan elegir otro camino. A veces resulta. Muy pocas veces.
Pero para los mellis iba a ser casi imposible. Si de críos tuvieron que salir a buscar plata, obligados por un mayor, adicto.
Yo sé que es mucho más complejo. Pero no puedo dejar de sentir que desde la escuela no pudimos hacer nada para salvar a los mellis.
Cuando murió el primero, en 2013, los vecinos de la 351 cortaron calles y quemaron gomas exigiendo políticas y obras de saneamiento. Algo consiguieron, porque mejoraron las calles, alargaron la red de agua, desmalezaron. Pero no hicieron nada que ayude a salvar a los pibes. Faltó fuego. Debimos hacer arder el cielo.