BannerDiputados

MAYO Sec Com

Miércoles, 06 Julio 2011 07:03

La presencia del pueblo en nuestra independencia

Escrito por Claudio Puntel

Nacido en Santo Tomé, la tierra de Andrés Guaçurarí, fui educado por el Billiken en la idea de que la revolución de mayo fue hecha por setenta galeras reunidas en la plaza. Tiempo me llevó desazonzarme y ver el pueblo ocultado en las láminas…

Nacido en Santo Tomé, la tierra de Andrés Guaçurarí, fui educado por el Billiken en la idea de que la revolución de mayo fue hecha por setenta galeras reunidas en la plaza. Tiempo me llevó desazonzarme y ver el pueblo ocultado en las láminas y negado por la historiografía liberal y otras corrientes que se presentan como renovadoras.

Cuando España se desmorona ante Napoleón, sus ecos llegan hasta las colonias americanas. El fin del colonialismo ya no es un sueño...”. Esta es la frase dicha por una voz en of con la que comienza la película Revolución, de Leandro Ipiña. Tal vez no haya sido intención de la obra negar las causas internas del proceso independentista que tiene a 1810 como uno de sus más grandes hitos; pero de hecho las olvida, al no mencionarlas y poner el acento en la invasión de Napoleón a España. Algo muy parecido a lo que planteó el historiador Luis Alberto Romero, quien opina que “el año 1810, que estamos acostumbrados a que nos lo cuenten como el comienzo de la gran aventura fue, en realidad, el derrumbe del imperio español y un momento de ‘sálvese quien pueda’", como se publicó el año pasado en una entrevista de la revista Viva. Mucho más jugado era el manual Kapelusz de mi escuela primaria, que al menos reconocía como “causas y antecedentes” de la Revolución de Mayo a la lucha popular contra las invasiones inglesas y al levantamiento de Tupac Amaru en el Alto Perú.

Revoluciones hechas por una elite ilustrada, al margen del pueblo; procesos históricos movidos únicamente por causas externas; cambios sociales y políticos que ocurren en un único y exacto día; una guerra independentista que expulsó el colonialismo de nuestros países, hecha solamente para beneficiar a los comerciantes porteños ligados a los intereses británicos; naciones creadas por una operación discursiva. Se trata de una historia al menos muy poco científica y a la vez contada por intereses anti - patrióticos y anti - populares.

Por el contrario, la investigación histórica nos permite llenar de gente la gesta y comprender que mucho más importantes que los condicionantes externos fueron el hartazgo del pueblo ante la opresión colonial española y el régimen feudal impuesto por la corona. Para dar cuenta cabal del proceso que depuso al virrey e instaló un gobierno patrio en mayo de 1810; abolió la mita y el yanaconazgo; decretó la libertad de vientres y declaró la independencia en 1816, hay que dar relevancia a la larga resistencia de los pueblos aborígenes en el Alto Perú; las luchas guaraníticas contra las invasiones portuguesas; la revolución de La Paz en 1809, liderada por Murillo y a la que los regimientos integrados por criollos se negaban a reprimir; a los 600 chisperos y manolos que el 21 de mayo amanecieron en la plaza para exigir la convocatoria a un cabildo abierto, todos “bien armados y era mozada de resolución1. De otro modo, será muy difícil entender por ejemplo, por qué el pueblo entrerriano se sumó de inmediato a la revolución y en febrero de 1811, 52 gauchos acaudillados por Bartolomé Zapata expulsaron a los húsares del rey.

También José Pablo Feinmann, en Filosofía y Nación, publicado en 1982, intenta explicar nuestra revolución desde una visión que en el fondo se diferencia muy poco de la mitrista. Para ello, en el primer capítulo, emprende contra Mariano Moreno para ofrecer la versión de una revolución porteña, pro - británica y unitaria. Primero se pregunta sobre la posibilidad de objetividad frente a Moreno, para luego dar validez a todas las versiones sobre el secretario de la Primera Junta en un relativismo histórico que lo emparenta con el sofismo protagórico y finalmente afirmar que su Moreno es el que “eligió la ideología como sujeto de la revolución, el iluminista soberbio y solitario... el que optó por el terror en lugar de la política”. Para exponer esa versión fragmentada, unidimensional y fuera de la historia, Feinmann necesitó afirmar que “la verdad de la historia no está en los hechos”. Desde ahí, a nuestro émulo de Heidegger no le costó nada negar que todas las medidas de Moreno en la Primera Junta fueron refrendadas por todos sus miembros (aún los que las resistían); minimizar la importancia de la Disertación sobre el servicio personal de los indios en general y sobre el particular de yanaconas y mitayos en su formación intelectual, ideológica y política; confundir a propósito libertad de comercio (una medida contra el monopolio español) con librecambismo. Por último, para descalificar políticamente a Moreno y junto a él al grupo revolucionario (que integraba junto a Vieytes, Castelli, Belgrano, French, etc.), Feinmann reivindica a Saavedra y al deán Funes (el mismo que a instancias de Lord Stangford firmó el primer acuerdo de paz con Elío, dejando a su merced a los pueblos de la Banda Oriental y una parte de Entre Ríos).

Necesitamos hablar de nuestra historia y restituir la importancia de los objetivos patrióticos de independencia en nuestra revolución; reivindicar su carácter anticolonial y antifeudal. Hace falta seguir explicando (y buscar más argumentos para ello) que aquél frente único patriótico, en unidad y lucha, se debió a la confluencia de las masas más sojuzgadas por el colonialismo español dominante, con otros sectores que tenían contradicciones objetivas con el régimen colonial. Quienes hacen lo contrario pretenden convencernos de que la segunda y definitiva independencia es imposible.

1 Anónimo. La semana de mayo según el diario de un testigo. Publicado en 25 de Mayo. Testimonios. Juicios. Documentos. Eudeba. Buenos Aires. 1968.



Publicado por Río Bravo el 06 de julio de 2011.

Modificado por última vez en Miércoles, 06 Julio 2011 07:32

845x117 Prueba