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Domingo, 29 Noviembre 2020 07:54

El chico de la tapa

Escrito por Claudio Puntel

La semana pasada me crucé con Ñoño. Me acerqué a saludarle, no siempre está de ánimo para responderte, pero esta vez me contestó. “Mal”, me dijo cuando le pregunté cómo anda. No le pedí detalles.

Veníamos de una sentada frente al CGE y él cruzaba hacia otra manifestación que se hacía en Tribunales. Me preguntó cómo iba la lucha de los docentes y yo me atreví a preguntarle por su hermano mayor. Me contó que Diego se murió, que tenía Sida. No entendí muy bien si murió hace poco o fue hace algunos años. Yo recién me enteraba y lo sentí como debe sentirse una muerte injusta y antes de tiempo.

Diego y Ñoño tienen un apellido muy conocido en las escuelas de los barrios paranaenses. Ellos, sus hermanitos o sus primos y sus tíos, tienen historia de una vida muy sacrificada. De esas vidas que nadie querría para sí. Algunos terminaron la primaria. 

En las puertas de los armarios de algunas oficinas públicas deben quedar pegados algunos dibujos suyos de cuando eran niños. Solían recorrer los edificios del centro cívico a rebuscarse de mimos, una taza de café con leche o alguna moneda. A cambio te dejaban un dibujo y un beso bien pegajosos en las mejillas.

En una madrugada de 1984 a Diego le tomaron una foto en una vereda del centro, su dormitorio más frecuente. Esa imagen fue tapa del segundo disco de Magma, La Transformación. Diego aparece tapando su rostro con el brazo derecho y con los ojitos bien abiertos mirando hacia arriba, sentado sobre las baldosas. Con un pantalón de corderoy metido dentro de las medias, un pulóver gastado y las zapas bien rotas de siempre, sostiene en sus manos un retrato ovalado de otros seis pibes, los hijos de los Magma. “La transformación de su suerte… seguramente será también la de nuestros hijos”, escribieron los músicos en el sobre del vinilo.

MagmaRegresábamos de la dictadura y había mucho optimismo, confiábamos en que la transformación estaba a la vuelta de la esquina. No era ingenuidad, sabíamos que la tarea era enorme y ardua. Pero cada vez que sacábamos el disco del sobre deseábamos con mucha fuerza que el deseo se haga realidad.

Diego siguió viviendo en las calles, recorrió hogares de menores, comedores de parroquias y muy pocas escuelas. Necesitó pelearse a garrotazos por un plato de comida caliente. Robó monederos de viejas distraídas a las que después se los devolvía para recibir alguna propina. Contaba con orgullo que estaba el tapa de un disco de “Mamba”. Solía relatar una historia con una madre a la que adoraba y le reclamaba que lo haya abandonado. De adolescente se fue acostumbrando a la desconfianza de los demás. Rondaba las cuadras de la peatonal y la esquina del viejo Los Alpes. Tenía mucho olor a tabaco y a zapatillas transpiradas.

No murió niño. Se fue con más de treinta años, pero desde su niñez no hubo paso que haya dado en otra dirección que no sea la de ese destino. Hizo lo que pudo y seguramente más. Pero no le alcanzó. Y no alcanzó ni alcanza lo que hicimos todos los demás.

En las plataformas de música ya no caben aquellos textos que podíamos escribir en las tapas de los vinilos. Aquella transformación que soñábamos sigue siendo el motivo para comprometernos en la lucha. Por los miles de Diego que pasan por nuestras aulas, por los que siguen durmiendo en las calles y por nuestros hijos.

Publicado por Río Bravo el 29 de noviembre de 2020

 

 

 

Modificado por última vez en Domingo, 29 Noviembre 2020 18:18

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